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CAPACITACION EN COSTOS Y GESTION

"La vida cada vez sorprende menos y está más programada"

Entrevista a Samuel M. Cabanchik. Filósofo.Demasiadas experiencias de lo cotidiano parecen hoy previsibles, armadas de antemano casi sobre moldes y con escasa pasión. Tal es la poca densidad que tiene hoy la condición humana.

Nazis, comunistas, cristianos, todos se han llamado a sí mismos "humanistas", lo cual refleja la flexibilidad del término. ¿Qué significa hoy en día ser parte de la condición humana?

—Usted tiene razón: el humanismo es como la prostituta del pensamiento, en el sentido de que siempre ha estado disponible para las más variadas causas y contenidos. En ese sentido, del humanismo no hay nada que rescatar, porque su historia es tan negra como tantas otras que terminaron siendo un peligro para nosotros mismos como civilización. Por eso es necesario volver a pensar el humanismo.

# ¿De qué manera?

—Pensar la idea de lo humano como tal, no tanto el "ismo". Pensar que no hay un contenido fijo, ninguna esencia perdida que haya que recuperar o que seamos capaces de inventar. No sería deseable que eso fuera así, ya que eso podría volver a ser un programa de una máquina aplastante. El punto es, justamente, ubicar la condición humana como algo diferente de lo programable, algo diferente a la reducción a una pasividad en relación con lo que fuera —el poder, el mundo— que programa esa vida. Es decir, recuperar la condición humana sería ser agentes activos, constructores de nuestro propio destino, de nuestra propia historia y de nuestra propia vida, individual y colectiva.

# ¿En qué podría apoyarse ese humanismo?

—Todo orden y todo cosmos es una organización de sentido. Y la fuente de sentido siempre proviene de lo humano. Hoy, lo que está perdiéndose, lo que está fracturado y en riesgo, es la conexión entre el ser humano y el orden que debe y puede habitar.

# Esta desconexión parece afectar la capacidad de la experimentación de los seres humanos. ¿Cómo se experimenta? ¿Cuáles son los rasgos que tiene, entonces, la recepción y la producción de sentido en nuestra época?

—En estos días se está viendo, en distintas partes del mundo, un auge de los bares temáticos, en donde la gente va exclusivamente a tener cierto tipo de experiencias puntuales, que la programación que es ese bar —es decir, un orden de experimentación posible— le va a ofrecer. Así, tenemos bares para oler rico o para oler feo, según sea el antojo de cada quien. Tenemos bares para no usar el lenguaje y comunicarse exclusivamente por impulsos eléctricos del cerebro. Tenemos bares para ir a dormir una siesta en un tanque de agua y sal, suspendidos una hora. Ahora, ¿qué es lo que ocurre ahí? ¿Hay un orden? Sí. ¿Hay un sentido? Sí, reducido a la sensación posible que ese bar ofrece, ya que cada uno de esos bares es una especie de máquina de experiencias.

# ¿Qué pueden producir en la gente esas "máquinas de experiencias"?

—Hay un círculo vicioso acelerado, porque las personas que van a consumir esas sensaciones, más temprano que tarde agotan aquello para lo que los bares fueron concebidos, que es estimular con una novedad una existencia que se ve empobrecida de goce. Hay que gozar de algo nuevo porque esto languidece, esto no da más. Esta es una cara. La otra cara es el negocio, pero no hay negocio si no hay consumo, demanda. Esa demanda a lo mejor no había estado formulada, está condicionada por la oferta misma. Lo cierto es que hay una respuesta: se consume. Se consumen olores, se consumen sabores, se consumen sensaciones. Una máquina promueve sensaciones en nosotros, nosotros somos conectados o nos conectamos a esa máquina, y eso reduce el sentido o el orden a ser solamente una terminal del aparato. Esto es una metáfora del estado actual del ser en el mundo. La vida cada vez sorprende menos y está más programada.

# ¿Qué relación puede entablarse entonces con el mundo?

—El mundo queda reducido a ser una máquina de experiencias, una mera fuente de sensaciones previamente clasificadas. Tarde o temprano las agotaré, porque ya están fijadas en el programa.

# ¿Cuál sería la diferencia, por ejemplo, entre alguien que duerme la siesta y alguien que va al bar temático a tomar una siesta con un aparato nuevo?

—En el primer caso, hay una continuidad entre el dormir la siesta y el conjunto de experiencias y relatos al que esa persona pertenece y que ella misma genera. En el segundo, se está consumiendo pasivamente un estímulo, una sensación programada, ya preclasificada. No va a haber sorpresas, descubrimiento ni misterio. En el primer caso, insisto, hay vida en su continuidad.

# ¿Cómo se relacionan esas experiencias con la realidad? ¿Son engaños? ¿Son ficciones?

—En la máquina de experiencias hay incapacidad tanto de construir realidad, como de construir ficción. En una de las metáforas que el cine nos ha dado, The Matrix, los habitantes de la Matrix viven el engaño, no tienen capacidad de ficcionalizar, porque para poder hacer ficción, también se tiene que ser capaz de realidad. O sea, realidad y ficción son términos solidarios que claramente apuntan a cuestiones distintas. Hay una distinción entre lo real y lo ficticio, pero ambas están de un lado, y del otro está el engaño propio de reducir la experiencia humana a las sensaciones. Y hay otra dimensión: el sentido de la felicidad.

# ¿Se puede alcanzar una fórmula de la felicidad?

—Hay un componente de la idea de felicidad que se podría formalizar. Si felicidad se identifica con la capacidad de goce, la capacidad de persistir en un estado placentero, en un estado de equilibrio, ¿por qué no se podría programar? Claro, se podría. La cuestión es si la felicidad incluye o no la dimensión de realidad. No puedo ser feliz, no quisiera que mis hijos sean felices en una burbuja, conectados para que la vida sea todo placer; quiero que estén conectados con algo llamado realidad. Es decir, cuando la felicidad se divorcia de la realidad, se puede programar, pero ya pierde interés.

# En la realidad están los otros. ¿Cómo nos relacionamos con ellos hoy en día?

—Hay que partir de la idea de que la condición humana implica relación con el otro. No nos constituimos cada uno a nosotros mismos fuera del vínculo con otros. Los otros nos hacen ser lo que somos y, parcialmente, nosotros hacemos algo con eso. Sartre ya lo dijo: nuestro ser en el mundo es nuestro ser con otros. Estamos abiertos a la comunidad, pero es esencial que esa comunidad permanezca siempre abierta, en nosotros mismos, en nuestros vínculos con nuestros semejantes y más allá de todas las diferenciaciones posibles de grupos. Entonces, la comunidad que es adecuada a ese concepto de humano al que antes nos referíamos, es una comunidad abierta, que nunca está cerrada sobre sí, ni se define por un amo. Esta idea de comunidad muestra la imposibilidad de un individuo aislado de todo lazo social y es incompatible con un grupo que se conciba como amo de los individuos.

# Pero en el mundo actual se repiten las experiencias de aislamiento...

—Un ser aislado es un ser que está perdido para sí. El aislamiento vía estar todo el tiempo con Internet, todo el tiempo consumiendo la pantalla de televisión, o simplemente siendo un engranaje de una maquinaria laboral, con cada vez menos ratos libres para juntarnos y hacer comunidad con amigos o en pareja, es cada vez más frecuente. Es, a la vez, la agonía de un mundo humano.

# ¿Qué podemos hacer ante eso?

—En la medida en que haya conciencia —una conciencia esclarecida, reflexiva, que se abra a la vi da— habrá oportunidades. Si desaparece esa dimensión de la existencia humana, desaparecerá con ella la demanda de pensamiento, de reflexión. Si no hay conciencia, la reducción de nosotros mismos a meros engranajes de la máquina de experiencias hará desaparecer el problema, porque nadie será capaz ya de reflexionar sobre la pobre situación en la que ha quedado. Desde una visión panorámica, surge la visión de una regulación, un control muy fuerte de los seres humanos como unidades de experiencia programables. La sociedad está tendiendo cada vez más a eso. Si se llegara a un punto en donde todos nos conformáramos con eso, quizá desaparecerían los problemas, el movimiento crítico y la conciencia, con su afán de lucidez y comprensión. No es un panorama tranquilizador.

Claudio Martyniuk, Clarin.

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