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CAPACITACION EN COSTOS Y GESTION

El equilibrio del poder económico en el mundo está cambiando

Napoleón desestimaba a Inglaterra, a la que consideraba una nación de comerciantes, pero la fuerza emergente de ésta como un poder comercial lo convenció de combatirla. En la Guerra Fría, los estrategas occidentales probablemente gastaban mucho tiempo preocupándose de la influencia militar de la Unión Soviética y no lo suficiente de analizar su fragilidad comercial.

La economía no determina la historia, pero marca el compás. Y algo dramático le ha estado sucediendo a las cifras.

El mundo emergente responde ahora por más de la mitad del producto económico global, medido en poder de paridad de compra (permite precios menores en países más pobres).

Muchos economistas prefieren medir el PIB usando los tipos de cambio actuales (lo que pone a la proporción del mundo emergente cercana a 30%). Pero incluso sobre esta base, los recién llegados responden por bastante más de la mitad del crecimiento del producto global el año pasado. Un aluvión de estadísticas muestra que el poder económico está yéndose desde las economías "desarrolladas" (básicamente América del Norte, Europa Occidental, Japón y Australasia) hacia las emergentes, especialmente en Asia.

Los países en desarrollo utilizaron más de la mitad de la energía mundial y tienen la mayoría de sus reservas en moneda extranjera. Su porción de exportaciones ha saltado desde 20%, en 1970, a 43%, actualmente.

Dos quintos

Y aunque África todavía se queda atrás, el crecimiento está ampliamente diseminado: puede que sea de lo que más se habla, pero todavía Brasil, Rusia, India y China responden por sólo dos quintos del producto del mundo emergente.

Ningún cambio social o económico de esta envergadura sucede sin fricción. La señal más obvia es el alboroto por los empleos que han sido externalizados a India y China. Y los "aullidos" se harán más fuertes a medida que la globalización afecte a votantes más ricos.

Pero hay amplias ramificaciones también. En Asia, el auge de China ha ayudado a empujar a Japón e India más cerca de EE.UU. y a Corea del Sur, más lejos. El que una vez fuera el mundo pobre está peinando la tierra por derechos minerales, tratando de comprar compañías petroleras californianas, responde incluso por más emisiones de carbón y haciendo sentir su peso en negociaciones internacionales.

Pero hay debilidades en algunas de las historias de crecimiento. La población de China se está envejeciendo y las escuelas en India están en mal estado.

Quizás demore más que la llegada del año 2040 cumplir la predicción de Goldman Sachs de que las diez economías más grandes del mundo, usando tipos de cambios del mercado, incluirán a Brasil, Rusia, México, India y China. Pero éstos son argumentos sobre cuándo, no si el cambio sucederá. Y las cosas se pueden acelerar: incluso las predicciones más prometedoras subestimaron la habilidad de Asia para recuperarse de su crisis financiera en 1997.

Este giro no es tan extraordinario como parece. Una perspectiva histórica lo muestra como una restauración del viejo orden. Después de todo, China e India fueron las economías más grandes del mundo hasta la mitad del siglo XIX, cuando la tecnología y un espíritu de libertad permitieron a Occidente saltar hacia adelante.

Tampoco debiera ser considerado con temor. Occidente, como millones de personas en el mundo en desarrollo, se ha beneficiado del crecimiento del mundo emergente. La globalización no es un juego de suma cero: mexicanos, coreanos y polacos no están creciendo a expensas de los estadounidenses, los japoneses y los alemanes. Los países en desarrollo todavía compran la mitad de las exportaciones combinadas de Estados Unidos, Japón y la zona euro. A medida que se hacen más ricos, ellos comprarán más.

PIB per cápita

El mundo está viviendo la década con el crecimiento más rápido en PIB per cápita, con una tasa de crecimiento anual de 3,2% desde 2000, por lejos más rápido que el gran período de globalización que terminó con la Primera Guerra Mundial.

Si esta comparación no crea fantasmas, sí que debería. Hace un siglo, los globalistas eduardianos vislumbraban incluso más paz y prosperidad, sólo para ver que esos sueños terminaron en los campos de Flandes.

El avance de la globalización es considerable, pero derribar las barreras depende la voluntad política. El proteccionismo y la xenofobia deberían ser combatidas dondequiera que emerjan. Pero es valioso reconocer que estos presuntuosos poderes económicos han hecho al mundo más complicado para los que diseñan las políticas en Occidente.

The Economist

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