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La ficción y la historia

Elegida por los críticos del diario El País como una de las seis mejores novelas traducidas al español durante el año 2006, 'La gran marcha', que también obtuvo el Premio Pen/Faulkner, confirma la opción del escritor norteamericano de buscar en la historia de su país las claves para entender el presente. En esta oportunidad, recrea un episodio de la Guerra de Secesión a partir de la figura del general Sherman.

Su compatriota, la novelista Anne Tyler, lo definió como "una máquina humana del tiempo", y lo cierto es que nadie ha sabido desarticular mejor que él ciertos episodios del pasado inmediato, haciéndoles hablarnos con sobrecogedora inmediatez acerca de lo que más nos preocupa en el presente. Su última novela, La gran marcha (Roca Editorial), es un ejemplo inmejorable. La crítica ha visto en ella una lectura profética de lo que han venido a significar las devastadoras secuelas (en clave de política racial, entre otras cosas) de la catástrofe causada por el huracán Katrina. Edgar Laurence Doctorow (Nueva York, 1931), uno de los novelistas vivos de mayor estatura de su país, es un hombre elegante, de gestos pausados, que rebosa inteligencia y humanidad.

- ¿Por qué dice que no se considera autor de novelas históricas?

- No acepto que el adjetivo histórico pueda modificar el sustantivo novela. No cobré conciencia de que ubicaba mis novelas en otras épocas hasta que me lo hizo observar un editor. Creo que la razón por la que lo hago es que a la hora de abordar una obra de ficción, el tiempo me funciona mejor que el espacio. Faulkner ubicaba sus novelas en el condado de Yoknapatawpha. Todos sus recursos imaginativos, su percepción, su sistema de pensamiento, los articulaba en torno al espacio de Misisipi. Yo necesito armar mis novelas en torno a un periodo concreto del pasado, pero en realidad no lo hago para analizar el periodo en cuestión, sino que me sirve de punto de partida para reflexionar acerca del presente.

- En "La gran marcha" utiliza el recurso faulkneriano de rescatar personajes procedentes de otras novelas.

- Cuando escribo no lo hago siguiendo un plan premeditado. Lo que me motivó a escribir La gran marcha fue una fotografía. Había leído acerca de nuestra guerra civil, por supuesto, hace años, las memorias de Sherman, entre otras cosas. Pero el catalizador de la novela fue una foto en la que se ve al general Sherman reunido con su Estado Mayor delante de una tienda de campaña. Cuando escribo, mi posición es idéntica a la del lector, que no sabe adónde lo va a llevar el texto. Yo tampoco sé hacia dónde va la historia. Desconozco qué es lo que va a pasar. Voy haciendo descubrimientos a medida que escribo. Y una de las cosas que descubrí fue que Coalhouse Walker, uno de los personajes de Ragtime, tenía que ser hijo de esclavos.

- Tal vez el personaje más conmovedor de la novela sea Pearl, la esclava de piel blanca. ¿Cómo se le ocurrió?

- Nunca pienso en cómo van a ser mis personajes, no me hace falta. Se me aparecen con todos sus rasgos y yo me limito a escucharlos y a transcribir lo que veo y lo que oigo. Cuando vi a Pearl sabía todo lo que había que saber acerca de ella. Tenía la piel blanca, como ocurría muchas veces con los esclavos, que eran hijos de esclavas y de los dueños de las plantaciones. Pearl es una criatura a caballo entre dos culturas. Su familia paterna es blanca y la abandona porque es una esclava, pero los esclavos se mantienen alejados de ella porque sus rasgos físicos son los de una persona blanca. Esto le inflige un gran sufrimiento.

- Como en muchas de sus novelas anteriores, en "La gran marcha" hay personajes históricos, como Lincoln, Grant o el propio Sherman. ¿Los trata de manera diferente a como trata a sus criaturas de ficción?

- Entre otras cosas, una novela es un sistema de opiniones. Yo había leído documentos históricos acerca de Sherman y, como dije, también sus memorias. Por cierto que era un gran escritor, al igual que Grant. Mi impresión es que era un hombre sumamente conflictivo, inquieto, muy nervioso, con grandes altibajos anímicos, lo que hoy diríamos alguien aquejado de una afección bipolar. Lo que hago es añadir sus sentimientos. Creo que tenía un gran sentimiento de culpa; por una parte creía que la Confederación suponía un acto de alta traición hacia Estados Unidos. Se movía por el Sur, donde tenía buenos amigos, y conocía bien a la gente. Tras la rendición, ayudó a llevar a cabo la reconstrucción. Y no era abolicionista, era racista. Eso le causó graves problemas en los círculos políticos de Washington. Se negaba a que hubiera ex esclavos entre sus soldados. Podían hacer otra clase de tareas, pero no vestir el uniforme. Si lo juzgaba necesario, actuaba de manera cruel y despiadada. Por otra parte, le preocupaba mucho el coste de vidas, en eso era muy diferente de nuestra actual secretaria de Estado. Me fascinaba lo complejo de su personalidad. Pero volviendo a su pregunta, por lo que se refiere a técnica compositiva, no hago distingos entre personajes reales e inventados, les aplico exactamente el mismo tratamiento.

- ¿Es difícil escribir sobre la guerra?

- Cuando se escribe acerca de algo hay que sentirlo físicamente, es como cuando se sueña, que todas las sensaciones físicas están muy presentes. Y en el caso de la guerra a veces no es fácil... A veces no es fácil. Por otro lado, es exactamente lo que le decía antes, en cuanto a que aunque sitúe mis novelas en el pasado en realidad estoy escribiendo sobre el presente. La idea de que el periodo de la marcha de Grant por los Estados del Sur podía servir de armazón a una novela llevaba por lo menos 20 años rondándome la cabeza, pero no se concretó hasta que estalló la guerra de Irak. Estoy totalmente en contra de lo que ha hecho nuestra Administración, y he dejado constancia de ello por escrito. Creo que es una vergüenza, una tragedia y un desastre. Y no sólo para Estados Unidos, sino también para una buena parte del mundo, incluyendo, por razones evidentes, a España. Hay algo más que me parece importante, y es que el efecto de las guerras civiles, a diferencia de otro tipo de guerras, persiste a lo largo de muchas generaciones. Las guerras civiles no se olvidan fácilmente, tal vez nunca. Hace poco di una charla en la sede de los veteranos de la Guerra Civil española que se alistaron en la Brigada Abraham Lincoln. También me ocupo de la guerra del 36 en un libro de ensayos que voy a sacar pronto. En uno de los ensayos comparo el tratamiento que hace Hemingway de la Guerra Civil española con el de André Malraux. Son dos tratamientos completamente diferentes entre sí. Hemingway ahonda en cuestiones de sensibilidad, mientras que Malraux, que no es un buen escritor, ofrece un panorama más amplio y profundiza más en cuestiones de partidismo político.

- Usted describe su novela como lineal, pero a mí me parece que carece de centro.

- En mi opinión, hay un centro en la novela, sólo que no es una persona. Para mí, el personaje central de la novela es la gran marcha en sí. Quería imprimir al libro una sensación de movimiento. Es una novela de carretera. La guerra es una situación en extremo volátil, la gente irrumpe bruscamente, ocupa el centro de manera fugaz y desaparece. Los personajes mueren e inmediatamente surgen otros que ocupan su lugar. Mi novela es como un gran angular, un ojo que lo abarca todo, al que nada se le escapa; la voz narrativa impone una cierta distancia desde la que es posible abarcar una gran panorámica. El lector contempla simultáneamente múltiples aspectos de un paisaje muy vasto.

- ¿Qué dejó en usted la novela, ahora que ha pasado un tiempo desde que la acabó y puede pensar en ella con perspectiva?

- Hay un momento del libro, después que ha aceptado la rendición del general del Ejército Confederado, en que Sherman está solo. Es de noche, está tomando una copa de vino y fumándose un puro. De repente se apodera de él una sensación difícil de definir, y dice para sí: "Hemos ganado. La Unión tiene la inmensa satisfacción de la victoria. Puedo brindar por la bandera". Pero mientras dice esto, sabe que hay algo ambiguo en el triunfo, algo sombrío, dudoso; por detrás de todo ello, hay un sentimiento ambivalente que lo va a acompañar hasta el final de sus días. Sherman piensa en Joe Johnson y en sus hombres. Los soldados de la Confederación han sufrido una derrota aplastante. Son seres humillados y ofendidos. Están frustrados e irritados. Lo que Sherman intuye, aunque no sepa darle forma a lo que piensa, es que la derrota inviste a los confederados de una dignidad herida que les confiere una suerte de fuerza interior, una fuerza que les permitirá sostenerse durante todo un siglo. Y eso es exactamente lo que pasó, porque la reconstrucción fue un desastre, el efecto de la victoria fue contraproducente... Tras el triunfo de la Unión vinieron décadas de oprobio y humillación para los negros del Sur. Aunque técnicamente no eran esclavos, seguía en pie la segregación, había impuestos que les impedían votar, los linchamientos estaban a la orden del día. Incluso después del movimiento por los derechos civiles en los años sesenta, con Nixon y otros después de él, los republicanos siempre han dado con subterfugios que han servido para mantenerlos oprimidos. Así que en cierto sentido se puede decir que el Sur ganó la guerra. Y creo que se puede decir algo semejante de todas las confrontaciones bélicas. Cuando la victoria es contundente, el derrotado adquiere un poder invisible y secreto. Los términos de la derrota después de la Primera Guerra Mundial fueron tan humillantes para los alemanes que años después les llevó a aceptar a Hitler. El final de la Primera Guerra Mundial contenía en germen la Segunda. Y en Irak está sucediendo exactamente lo mismo hoy día. Nos plantamos allí y los borramos de un plumazo, y ahora está toda la resistencia, que es un movimiento animado por un sentimiento de orden nacionalista. ¿Qué hemos conseguido? Nada, absolutamente nada, salvo dejar el país sembrado de cadáveres.

- ¿Qué consigue la ficción que no consiga la historia?

- Si quiero datos acerca de la Rusia del siglo XIX recurro a los manuales de historia, pero si quiero la verdad sobre aquella época, entonces acudo a Tolstói, a Chéjov, a Turguénev, a Gogol. Sus cuentos y relatos me proporcionarán un conocimiento profundo. El historiador da cuenta de los hechos, el novelista llega al fondo de los sentimientos. El historiador cuenta lo que pasó, el novelista da cuenta de la verdad que subyace a lo que pasó.

Eduardo Lago, Babelia

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