Los debates económicos del siglo XXI
Los 3 libros más influyentes, que nos hablan de lo que será este siglo. Son entretenidos y accesibles pero a la vez importantes y polémicos, escritos para públicos relativamente masivos por algunos de los economistas más destacados de nuestra era. Tres temas que, aparentemente, son muy diferentes, pero como veremos tienen un fino hilo conductor. Son tres libros que no esconden la perspectiva política de los autores pero que se nutren de sus competencias técnicas. Parecen tratar de problemas globales pero, como veremos, también pueden ser usados para pensar nuestros problemas locales. Tres libros para entender los debates económicos globales contemporáneos? y quizás también un poco más nuestros debates locales.
Saving Capitalism form the capitalists, Raghuram Rajan y Luigi Zingales (2003)
El economista indio Raghuram Rajan es en la actualidad el economista jefe del Fondo Monetario Internacional, cargo al que fue elevado el mismo año en que salió la primera edición de este libro que escribió con su colega y amigo de largo tiempo, el italiano Luigi Zingales.
Ambos son doctorados en Economía del MIT, que luego pasaron a ser profesores en la Escuela de Negocios de la Universidad de Chicago. Eugenio Tironi nos diría que Rajan y Zingales han recorrido las dos variantes de la ideología norteamericana: el Boston de alma keynesiana y demócrata, y el Chicago de alma monetarista y republicana. Quizás de ahí surge la interesante y pragmática síntesis intelectual que se refleja en este libro.
El argumento central de la obra es la popularización de un viejo resultado de la economía y las finanzas teóricas: que una economía con mercados de capitales perfectos conduce a una sociedad que es a la vez completamente meritocrática y totalmente eficiente. Una sociedad en que los recursos son canalizados hacia las personas con las mejores ideas y los individuos con mejores capacidades; y no, como suele ocurrir en los países emergentes, a los herederos de fortunas que son capaces de ofrecer capital colateral (o simplemente amistad) a los intermediarios financieros y, por esa vía, monopolizar el acceso al crédito.
Rajan y Zingales, sin embargo, reconocen que en la realidad el desarrollo y la profundización financiera no conducen por sí solo a mercados financieros perfectos. Estos requieren de inversiones de infraestructura e institucionalidad pública, especialmente en lo que respecta a mecanismos de provisión de información y de resguardo de los derechos de propiedad.
Lo más interesante del libro, a mi juicio, es la construcción de un relato histórico (a modo de teoría) en que el desarrollo de los mercados de capitales se ve, en ocasiones, frenado por aquellos que tienen el monopolio sobre la riqueza y que no desean verse enfrentados a una sociedad verdaderamente competitiva. La observación histórica es que los mercados de capitales, dejados a sus anchas y a la autorregulación, terminan por implosionar al ser capturados por estos grupos privilegiados, los que generalmente establecen alianzas populistas con los sectores más pobres y frustrados de la sociedad. Para los que tienen suficiente edad para recordar el auge y desastre de los mercados de capitales chilenos en la primera década del gobierno militar, y el rol que tuvieron en ese desastre los grupos económicos y sus créditos relacionados, ésta puede sonar como una historia conocida.
La recomendación política es, por ende, tener un Estado activamente interventor en los mercados de capitales. Tal como lo escucha: activamente interventor. Pero, con políticas pro competencia entre agentes financieros; pro información libre, barata y confiable; pro participación de los ciudadanos en el mercado de capitales; y pro redes de protección social para los perdedores del sistema de competencia libre.
Un corolario del libro es que donde haya un nicho de altas rentabilidades privadas capturadas y sin desafiar en el mercado de capitales, probablemente exista un espacio para la acción pública pro competencia. Por ejemplo, en mi humilde opinión, como en el caso de las AFP en Chile. Otro corolario es que los esfuerzos regulatorios y empresariales por bancarizar a sectores populares y a las microempresas, probablemente también van por buen camino.
Desde el título, el libro le sugiere al lector una ambigüedad con el término "capitalismo". Se propone, por ahí, que ésta es una palabra anticuada, que la mayor parte de las personas identifica con una economía del privilegio, con mercados de capitales poco eficientes que reproducen la riqueza y no dan crédito ni a las buenas ideas ni al talento. Implícitamente se sugiere que existe otra fase de la economía de mercado, en la que el desarrollo de mercados financieros eficientes diluye el poder del capital. En que el motor del crecimiento son los flujos de recursos, no las hegemonías hereditarias. ¿El financismo, por oposición al capitalismo?
Un libro muy entretenido de leer. Tiene una revisión accesible de teoría y evidencia empírica, referencias históricas y buenos casos ilustrativos. Muy útil, muy importante para las discusiones de políticas públicas en Chile.
The end of poverty, Jeffrey Sachs (2005)
La comunidad de economistas del desarrollo se ha encontrado debatiendo por algún tiempo en torno de las posturas de William Easterly, un destacado ex profesional del Banco Mundial. Estas se encuentran expuestas en dos libros que vale la pena leer (y que encubiertamente recomiendo, a pesar de que Qué Pasa me racionó tres en total).
Los extensos títulos son bastante reveladores: uno fue publicado en el 2001 y se llama La Esquiva Búsqueda del Crecimiento: Aventuras e Infortunios de los Economistas en los Trópicos. El otro salió el 2006: La Carga del Hombre Blanco: Cómo los Esfuerzos de Ayuda de Occidente Han Logrado Hacer Tanto Daño y Han Generado Tan Pocos Beneficios.
Los libros de Easterly son verdaderos anecdotarios de cómo políticas de ayuda esmeradamente diseñadas en los cubículos de Washington -y que se ven muy bien en la celulosa de las revistas académicas-, generalmente fracasan en el terreno, al tener que pasar por gobiernos corruptos e instituciones ineficientes. La postura de Easterly ha servido para cuestionar la sabiduría de iniciativas como las que ha propuesto el Proyecto del Milenio de las Naciones Unidas: condonación de deudas, intensificación de la ayuda para el desarrollo, etc. Implícitamente el argumento de Easterly conduce a la noción de que la construcción de instituciones de calidad es un prerrequisito a la cooperación internacional para los países más pobres del planeta.
Jeffrey Sachs es una figura que está transitando desde el mundo de la academia al de la política (incluso tiene un website para sondear su candidatura presidencial: www.sachsforpresident.com). Es relativamente conocido en Chile por ser el coautor de un célebre libro de macroeconomía de pregrado con el profesor Felipe Larraín de la Universidad Católica. Luego de obtener su doctorado en Economía de Harvard, Sachs se estableció como profesor de esa universidad por muchos años. Además fue asesor de varios países latinoamericanos (especialmente Bolivia) y de Europa del Este (entre otros Polonia), con lo que alcanzó notoriedad por ser un proponente de las terapias macroeconómicas de shock. En la actualidad es profesor de la Universidad de Columbia, donde dirige el Earth Institute y se desempeña como un importante asesor para la Naciones Unidas, donde encabeza el Proyecto del Milenio.
Sachs escribió su libro para discutir la postura representada por los textos de Easterly. El gobierno de Africa es pobre -dice Sachs- porque Africa es pobre, no al revés. Por ende, enrostrarles la culpa a las instituciones de Africa por las dificultades de las políticas de ayuda es, en chileno, echarle la culpa al empedrado. Especialmente porque, de acuerdo a su postura, el fracaso de estos paquetes de cooperación se debe a que son, en general, demasiado pequeños como para tener un impacto significativo y detonar dinámicas virtuosas que ayuden a estos países a salir de la miseria. No es que Sachs minimice la importancia de las instituciones; argumenta que el logro de ciertos niveles mínimos de bienestar es un prerrequisito para cualquier tipo de desarrollo, sea institucional, político o económico.
Por ejemplo, mercados de capitales perfectos -como los que proponen Rajan y Zingales- en teoría no sólo les darían crédito a los que tienen buenas ideas o talento sino también a quienes necesitan recursos para descubrir sus talentos y escapar a la trampa de la miseria. En la práctica sabemos que eso no ocurre con demasiada frecuencia. En sociedades (o en sectores sociales) en que los problemas asociados a la miseria son aplastantes porque no dejan espacio para nada más (plagas de sida, hambre masiva, violencia rampante), no está el material social fundamental que se necesita para que los mercados de capitales hagan su trabajo. Sachs argumenta que no es suficiente con hacer bocetos institucionales para lindos mercados de capitales y hermosas catedrales institucionales para luego sentarse a esperar a que se desarrollen: primero hay que generar la infraestructura que permita sacar a relucir el talento humano.
Desarrollar mercados de capitales competitivos y libres -a la Rajan y Zingales-, o desarrollar instituciones de gobierno eficientes y transparentes -como las que clama Easterly-, son ambos tremendos desafíos. Sachs nos dice que además probablemente sean quimeras, si es que no son precedidos por agresivas políticas sociales focalizadas en los más pobres. ¿Qué viene primero: las instituciones o las garantías sociales? ¿El huevo o la gallina? Lea los libros y fórmese su propia opinión.
Making Globalization Work, Joseph Stiglitz (2006)
Una de las cosas que los chilenos hemos aprendido con dolor a través de las décadas, es que los ires y venires de nuestra economía tienen mucho que ver con los mercados externos. No hay caso. Vivimos globalizados y, obviamente, no basta con las instituciones nacionales. La necesidad de entidades globales que ayuden a las políticas macroeconómicas a coordinarse y reduzcan los costos asociados a los ajustes macrofinancieros mundiales es lo que motivó en 1945 la creación del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial (originalmente llamado Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento).
El economista que, en ese entonces, percibió la necesidad de crear este tipo de instituciones -particularmente algo que se pareciera a un banco central mundial-, fue nada menos que Sir John Maynard Keynes, el fundador de la macroeconomía, que veía como la integración de los mercados globales generaba nuevos desafíos institucionales. Su preocupación se basaba en la siguiente lectura de la historia: eran justamente los desequilibrios macroeconómicos generados por la falta de gobierno monetario y financiero globales los que habían generado la base material de miseria y resentimiento que había conducido a las guerras mundiales. En su opinión, la creación de una institucionalidad financiera internacional era una necesidad de supervivencia para el sistema de mercados y democracias globales, de un mundo de sociedades abiertas y sin estados policiales, cerrados y totalitarios.
Es en esa tradición en la que se inscribe este nuevo libro de Stiglitz: en su convicción de que la velocidad de integración de la economía ha aumentado en la segunda mitad del siglo XX y, por ende, los desafíos de institucionalidad internacional también han cambiado. Es insuficiente, desde su punto de vista, la mera construcción a nivel nacional que piden Rajan, Zingales y Easterly. Es insuficiente la expansión global de la política social que propone Sachs. Pero, y éste es su punto central, también son insuficientes las instituciones mundiales hoy existentes.
Su postura es que falta la institucionalidad global que ayude a que los países emergentes puedan enfrentar exitosamente estos procesos de crecimiento. El libro se sustenta en la visión de que existe un conjunto de mecanismos mediante los cuales las naciones desarrolladas ejercen influencias nocivas sobre las en desarrollo, y que esas influencias están desbalanceando política y económicamente al sistema global.
Stiglitz centra su análisis en una serie de falencias. En primer lugar, en el proteccionismo comercial de los países desarrollados, que se plasma en tarifas y también en sistemas de subsidios encubiertos, a través de los cuales, en su opinión, dichas naciones logran extraer rentas a las emergentes por acceder a sus mercados. En segundo lugar, un sistema de patentes internacionales en que los países emergentes no tienen capacidad de navegar. En tercer lugar, la necesidad de un sistema de compensaciones y transferencias internacionales mucho mayor al actual, dando cuenta, a su vez, de la intensidad de las fluctuaciones financieras globales contemporáneas. En cuarto lugar, los efectos de la contaminación que están provocando -literalmente- la desaparición y/o implosión de algunos países (aprovecho encubiertamente para recomendar An Unconvenient Truth de Al Gore).
¿La solución que propone Stiglitz para estos problemas?: el desarrollo de más institucionalidad global. El peligro de no hacerlo, de acuerdo con su punto de vista, es el mismo que veía Keynes a mediados del siglo XX: el peligro de una desestabilización que conduzca al cierre de sociedades, al conflicto y al retroceso democrático.
Hay, por supuesto, visiones -digamos- más optimistas. Visiones que sostienen que la integración de mercados ha sido fundamentalmente buena y sus déficit institucionales pocos. Si usted quiere hundirse en un mullido sillón de autocomplacencia le recomiendo el entretenido The World is Flat (2005) del columnista del New York Times Thomas Friedman; la otra posibilidad es In Defense of Globalization (2004) del eminente profesor Jagdish Baghwati, un poco más latero, pero más basado en cifras y estadísticas. Una visión a medio camino la puede encontrar en Why Globalization Works (2005), del excelente columnista del Financial Times, Thomas Wolf. Léalos y fórmese su propia opinión.
Joseph Stiglitz tiene que ser el único premio Nobel de Economía genuinamente detestado por The Economist. La razón es muy simple: en su anterior libro -llamado Globalization and it's Discontents (2003)- cometió la insolencia de criticar las políticas y el proceder del FMI y -como sabemos- atacar a una autoridad monetaria, bueno? eso es algo que simplemente no se permite, no importa cuántos sean los méritos de quien critica. En fin, ese fue el crimen de Stiglitz. Si no me cree, pregunte a los economistas sobre Stiglitz: en general no encontrará opiniones sutiles. A mí me parece que, en general, hay una lectura equivocada de él. Si uno toma la decisión de leerlo en vez de sumarse ignorantemente al chaqueteo institucional, puede descubrir que en su ácida crítica hay sustancia constructiva, útil y necesaria. Este libro nos da una nueva oportunidad para escucharlo.
Oscar Landerretche M.
Saving Capitalism form the capitalists, Raghuram Rajan y Luigi Zingales (2003)
El economista indio Raghuram Rajan es en la actualidad el economista jefe del Fondo Monetario Internacional, cargo al que fue elevado el mismo año en que salió la primera edición de este libro que escribió con su colega y amigo de largo tiempo, el italiano Luigi Zingales.
Ambos son doctorados en Economía del MIT, que luego pasaron a ser profesores en la Escuela de Negocios de la Universidad de Chicago. Eugenio Tironi nos diría que Rajan y Zingales han recorrido las dos variantes de la ideología norteamericana: el Boston de alma keynesiana y demócrata, y el Chicago de alma monetarista y republicana. Quizás de ahí surge la interesante y pragmática síntesis intelectual que se refleja en este libro.
El argumento central de la obra es la popularización de un viejo resultado de la economía y las finanzas teóricas: que una economía con mercados de capitales perfectos conduce a una sociedad que es a la vez completamente meritocrática y totalmente eficiente. Una sociedad en que los recursos son canalizados hacia las personas con las mejores ideas y los individuos con mejores capacidades; y no, como suele ocurrir en los países emergentes, a los herederos de fortunas que son capaces de ofrecer capital colateral (o simplemente amistad) a los intermediarios financieros y, por esa vía, monopolizar el acceso al crédito.
Rajan y Zingales, sin embargo, reconocen que en la realidad el desarrollo y la profundización financiera no conducen por sí solo a mercados financieros perfectos. Estos requieren de inversiones de infraestructura e institucionalidad pública, especialmente en lo que respecta a mecanismos de provisión de información y de resguardo de los derechos de propiedad.
Lo más interesante del libro, a mi juicio, es la construcción de un relato histórico (a modo de teoría) en que el desarrollo de los mercados de capitales se ve, en ocasiones, frenado por aquellos que tienen el monopolio sobre la riqueza y que no desean verse enfrentados a una sociedad verdaderamente competitiva. La observación histórica es que los mercados de capitales, dejados a sus anchas y a la autorregulación, terminan por implosionar al ser capturados por estos grupos privilegiados, los que generalmente establecen alianzas populistas con los sectores más pobres y frustrados de la sociedad. Para los que tienen suficiente edad para recordar el auge y desastre de los mercados de capitales chilenos en la primera década del gobierno militar, y el rol que tuvieron en ese desastre los grupos económicos y sus créditos relacionados, ésta puede sonar como una historia conocida.
La recomendación política es, por ende, tener un Estado activamente interventor en los mercados de capitales. Tal como lo escucha: activamente interventor. Pero, con políticas pro competencia entre agentes financieros; pro información libre, barata y confiable; pro participación de los ciudadanos en el mercado de capitales; y pro redes de protección social para los perdedores del sistema de competencia libre.
Un corolario del libro es que donde haya un nicho de altas rentabilidades privadas capturadas y sin desafiar en el mercado de capitales, probablemente exista un espacio para la acción pública pro competencia. Por ejemplo, en mi humilde opinión, como en el caso de las AFP en Chile. Otro corolario es que los esfuerzos regulatorios y empresariales por bancarizar a sectores populares y a las microempresas, probablemente también van por buen camino.
Desde el título, el libro le sugiere al lector una ambigüedad con el término "capitalismo". Se propone, por ahí, que ésta es una palabra anticuada, que la mayor parte de las personas identifica con una economía del privilegio, con mercados de capitales poco eficientes que reproducen la riqueza y no dan crédito ni a las buenas ideas ni al talento. Implícitamente se sugiere que existe otra fase de la economía de mercado, en la que el desarrollo de mercados financieros eficientes diluye el poder del capital. En que el motor del crecimiento son los flujos de recursos, no las hegemonías hereditarias. ¿El financismo, por oposición al capitalismo?
Un libro muy entretenido de leer. Tiene una revisión accesible de teoría y evidencia empírica, referencias históricas y buenos casos ilustrativos. Muy útil, muy importante para las discusiones de políticas públicas en Chile.
The end of poverty, Jeffrey Sachs (2005)
La comunidad de economistas del desarrollo se ha encontrado debatiendo por algún tiempo en torno de las posturas de William Easterly, un destacado ex profesional del Banco Mundial. Estas se encuentran expuestas en dos libros que vale la pena leer (y que encubiertamente recomiendo, a pesar de que Qué Pasa me racionó tres en total).
Los extensos títulos son bastante reveladores: uno fue publicado en el 2001 y se llama La Esquiva Búsqueda del Crecimiento: Aventuras e Infortunios de los Economistas en los Trópicos. El otro salió el 2006: La Carga del Hombre Blanco: Cómo los Esfuerzos de Ayuda de Occidente Han Logrado Hacer Tanto Daño y Han Generado Tan Pocos Beneficios.
Los libros de Easterly son verdaderos anecdotarios de cómo políticas de ayuda esmeradamente diseñadas en los cubículos de Washington -y que se ven muy bien en la celulosa de las revistas académicas-, generalmente fracasan en el terreno, al tener que pasar por gobiernos corruptos e instituciones ineficientes. La postura de Easterly ha servido para cuestionar la sabiduría de iniciativas como las que ha propuesto el Proyecto del Milenio de las Naciones Unidas: condonación de deudas, intensificación de la ayuda para el desarrollo, etc. Implícitamente el argumento de Easterly conduce a la noción de que la construcción de instituciones de calidad es un prerrequisito a la cooperación internacional para los países más pobres del planeta.
Jeffrey Sachs es una figura que está transitando desde el mundo de la academia al de la política (incluso tiene un website para sondear su candidatura presidencial: www.sachsforpresident.com). Es relativamente conocido en Chile por ser el coautor de un célebre libro de macroeconomía de pregrado con el profesor Felipe Larraín de la Universidad Católica. Luego de obtener su doctorado en Economía de Harvard, Sachs se estableció como profesor de esa universidad por muchos años. Además fue asesor de varios países latinoamericanos (especialmente Bolivia) y de Europa del Este (entre otros Polonia), con lo que alcanzó notoriedad por ser un proponente de las terapias macroeconómicas de shock. En la actualidad es profesor de la Universidad de Columbia, donde dirige el Earth Institute y se desempeña como un importante asesor para la Naciones Unidas, donde encabeza el Proyecto del Milenio.
Sachs escribió su libro para discutir la postura representada por los textos de Easterly. El gobierno de Africa es pobre -dice Sachs- porque Africa es pobre, no al revés. Por ende, enrostrarles la culpa a las instituciones de Africa por las dificultades de las políticas de ayuda es, en chileno, echarle la culpa al empedrado. Especialmente porque, de acuerdo a su postura, el fracaso de estos paquetes de cooperación se debe a que son, en general, demasiado pequeños como para tener un impacto significativo y detonar dinámicas virtuosas que ayuden a estos países a salir de la miseria. No es que Sachs minimice la importancia de las instituciones; argumenta que el logro de ciertos niveles mínimos de bienestar es un prerrequisito para cualquier tipo de desarrollo, sea institucional, político o económico.
Por ejemplo, mercados de capitales perfectos -como los que proponen Rajan y Zingales- en teoría no sólo les darían crédito a los que tienen buenas ideas o talento sino también a quienes necesitan recursos para descubrir sus talentos y escapar a la trampa de la miseria. En la práctica sabemos que eso no ocurre con demasiada frecuencia. En sociedades (o en sectores sociales) en que los problemas asociados a la miseria son aplastantes porque no dejan espacio para nada más (plagas de sida, hambre masiva, violencia rampante), no está el material social fundamental que se necesita para que los mercados de capitales hagan su trabajo. Sachs argumenta que no es suficiente con hacer bocetos institucionales para lindos mercados de capitales y hermosas catedrales institucionales para luego sentarse a esperar a que se desarrollen: primero hay que generar la infraestructura que permita sacar a relucir el talento humano.
Desarrollar mercados de capitales competitivos y libres -a la Rajan y Zingales-, o desarrollar instituciones de gobierno eficientes y transparentes -como las que clama Easterly-, son ambos tremendos desafíos. Sachs nos dice que además probablemente sean quimeras, si es que no son precedidos por agresivas políticas sociales focalizadas en los más pobres. ¿Qué viene primero: las instituciones o las garantías sociales? ¿El huevo o la gallina? Lea los libros y fórmese su propia opinión.
Making Globalization Work, Joseph Stiglitz (2006)
Una de las cosas que los chilenos hemos aprendido con dolor a través de las décadas, es que los ires y venires de nuestra economía tienen mucho que ver con los mercados externos. No hay caso. Vivimos globalizados y, obviamente, no basta con las instituciones nacionales. La necesidad de entidades globales que ayuden a las políticas macroeconómicas a coordinarse y reduzcan los costos asociados a los ajustes macrofinancieros mundiales es lo que motivó en 1945 la creación del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial (originalmente llamado Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento).
El economista que, en ese entonces, percibió la necesidad de crear este tipo de instituciones -particularmente algo que se pareciera a un banco central mundial-, fue nada menos que Sir John Maynard Keynes, el fundador de la macroeconomía, que veía como la integración de los mercados globales generaba nuevos desafíos institucionales. Su preocupación se basaba en la siguiente lectura de la historia: eran justamente los desequilibrios macroeconómicos generados por la falta de gobierno monetario y financiero globales los que habían generado la base material de miseria y resentimiento que había conducido a las guerras mundiales. En su opinión, la creación de una institucionalidad financiera internacional era una necesidad de supervivencia para el sistema de mercados y democracias globales, de un mundo de sociedades abiertas y sin estados policiales, cerrados y totalitarios.
Es en esa tradición en la que se inscribe este nuevo libro de Stiglitz: en su convicción de que la velocidad de integración de la economía ha aumentado en la segunda mitad del siglo XX y, por ende, los desafíos de institucionalidad internacional también han cambiado. Es insuficiente, desde su punto de vista, la mera construcción a nivel nacional que piden Rajan, Zingales y Easterly. Es insuficiente la expansión global de la política social que propone Sachs. Pero, y éste es su punto central, también son insuficientes las instituciones mundiales hoy existentes.
Su postura es que falta la institucionalidad global que ayude a que los países emergentes puedan enfrentar exitosamente estos procesos de crecimiento. El libro se sustenta en la visión de que existe un conjunto de mecanismos mediante los cuales las naciones desarrolladas ejercen influencias nocivas sobre las en desarrollo, y que esas influencias están desbalanceando política y económicamente al sistema global.
Stiglitz centra su análisis en una serie de falencias. En primer lugar, en el proteccionismo comercial de los países desarrollados, que se plasma en tarifas y también en sistemas de subsidios encubiertos, a través de los cuales, en su opinión, dichas naciones logran extraer rentas a las emergentes por acceder a sus mercados. En segundo lugar, un sistema de patentes internacionales en que los países emergentes no tienen capacidad de navegar. En tercer lugar, la necesidad de un sistema de compensaciones y transferencias internacionales mucho mayor al actual, dando cuenta, a su vez, de la intensidad de las fluctuaciones financieras globales contemporáneas. En cuarto lugar, los efectos de la contaminación que están provocando -literalmente- la desaparición y/o implosión de algunos países (aprovecho encubiertamente para recomendar An Unconvenient Truth de Al Gore).
¿La solución que propone Stiglitz para estos problemas?: el desarrollo de más institucionalidad global. El peligro de no hacerlo, de acuerdo con su punto de vista, es el mismo que veía Keynes a mediados del siglo XX: el peligro de una desestabilización que conduzca al cierre de sociedades, al conflicto y al retroceso democrático.
Hay, por supuesto, visiones -digamos- más optimistas. Visiones que sostienen que la integración de mercados ha sido fundamentalmente buena y sus déficit institucionales pocos. Si usted quiere hundirse en un mullido sillón de autocomplacencia le recomiendo el entretenido The World is Flat (2005) del columnista del New York Times Thomas Friedman; la otra posibilidad es In Defense of Globalization (2004) del eminente profesor Jagdish Baghwati, un poco más latero, pero más basado en cifras y estadísticas. Una visión a medio camino la puede encontrar en Why Globalization Works (2005), del excelente columnista del Financial Times, Thomas Wolf. Léalos y fórmese su propia opinión.
Joseph Stiglitz tiene que ser el único premio Nobel de Economía genuinamente detestado por The Economist. La razón es muy simple: en su anterior libro -llamado Globalization and it's Discontents (2003)- cometió la insolencia de criticar las políticas y el proceder del FMI y -como sabemos- atacar a una autoridad monetaria, bueno? eso es algo que simplemente no se permite, no importa cuántos sean los méritos de quien critica. En fin, ese fue el crimen de Stiglitz. Si no me cree, pregunte a los economistas sobre Stiglitz: en general no encontrará opiniones sutiles. A mí me parece que, en general, hay una lectura equivocada de él. Si uno toma la decisión de leerlo en vez de sumarse ignorantemente al chaqueteo institucional, puede descubrir que en su ácida crítica hay sustancia constructiva, útil y necesaria. Este libro nos da una nueva oportunidad para escucharlo.
Oscar Landerretche M.
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