¿Estamos ante un cambio de modelo en América Latina?
Desde los tiempos de la colonia, América Latina se caracterizó por exportar materias primas e importar manufacturas. Sin embargo, algo está cambiando en estos tiempos de globalización. ¿Se viene una Latinoamérica exportadora de tecnología?
Los organismos internacionales esperan que, en este 2007, el crecimiento económico de América Latina supere el 4 por ciento. Ello implicará que por cuarto año consecutivo la región crecerá a una tasa superior al 4 por ciento, crecimiento que permitirá que el producto por habitante latinoamericano acumule un aumento del 15 por ciento en el período 2003-2007 (lo que equivale a un crecimiento medio del 2,8 por ciento anual).
El buen rumbo de la economía latinoamericana se debe, en parte, al fuerte crecimiento mundial y a la abultada demanda, en los mercados internacionales, de materias primas que produce la región (con su consiguiente alza en los precios).
Sin embargo, el comportamiento promedio de la región oculta una gran heterogeneidad, tanto entre los países como dentro de los mismos. Específicamente, el entorno internacional ha tenido efectos muy positivos en los países exportadores de recursos naturales con alta demanda, especialmente en América del Sur.
En efecto, las exportaciones latinoamericanas se debieron, en gran medida, al robusto crecimiento económico en los Estados Unidos y la demanda de materias primas en países asiáticos como China e India.
No obstante, se observa que muchos países de América Latina están buscando un patrón de especialización más diversificado que supone un mayor contenido de tecnología. Esta nueva estrategia está partiendo de las actuales ventajas comparativas con el fin de diversificar la estructura productiva.
Por tanto, es a partir de esas ventajas comparativas, asociadas tanto a la abundancia de recursos naturales (productos primarios y turismo) como al bajo costo laboral y también a la proximidad al mercado de Estados Unidos para la exportación de manufacturas, donde la región está construyendo sus ventajas a mediano plazo.
En este contexto, cobra especial relevancia la posibilidad de utilizar parte de los recursos provenientes de los altos precios de los productos primarios para apoyar la generación de encadenamientos que aumenten el contenido de valor agregado de los productos de exportación y para fortalecer el proceso de innovación.
América Latina debe seguir desplazándose hacia productos de más valor agregado. Llama la atención que un país como Costa Rica, en 1985 los productos agrícolas o derivados representaban 67 por ciento de las exportaciones, mientras los embarques eléctricos y electrónicos, apenas alcanzaban el 3 por ciento.
En 2006, en Costa Rica, las exportaciones de productos agrícolas o asimilados representaban 31 por ciento del total, mientras que las de material de punta médico, eléctricas y electrónicas llegaron al 38 por ciento.
En 2006, por primera vez, las inversiones de las multinacionales brasileñas en el extranjero (26.000 millones de dólares) superaron las realizadas por las empresas extranjeras en el país (18.000 millones).
Estamos asistiendo, por tanto, a un cambio de primer nivel en el mundo empresarial internacional. Cada vez más, las empresas latinoamericanas adquieren un carácter transnacional. Esto, a su vez, permite un impulso mayor a la innovación (que, como es sabido, es un factor fundamental para que la región se desarrolle).
Si países como China o India están modificando su patrón de crecimiento, también América Latina puede transformarse en un proveedor de productos tecnológicamente avanzados.
Existen, sin embargo, frenos a este desarrollo. En 2006 (y parece que también en 2007) los inversores extranjeros han estado muy indecisos a la hora de invertir sus capitales en América Latina, debido, en parte, al populismo que impregna cada vez más a la región.
El gobierno argentino, por ejemplo, lleva tiempo introduciendo una política subrepticia de control de precios sobre los alimentos y servicios públicos para taponar la presión inflacionaria.
Estas intervenciones distorsionan los incentivos del mercado, generan corrupción, distribuyen inadecuadamente los recursos e introducen un fuerte elemento de imprevisibilidad en las empresas. En este mismo sentido, el control de los medios de comunicación y las nacionalizaciones en Bolivia y en Venezuela tampoco son buenas noticias.
En definitiva, seguirán buenos tiempos para América Latina. Pero, para continuar por la senda del crecimiento y de la innovación, hace falta generar mayor credibilidad y estabilidad política y económica.
Rafael Pampillón Olmedo, Catedrático de la Universidad CEU-San Pablo, Profesor del Instituto de Empresa
Visite el blog de Rafael Pampillón en economy.blogs.ie.edu
El buen rumbo de la economía latinoamericana se debe, en parte, al fuerte crecimiento mundial y a la abultada demanda, en los mercados internacionales, de materias primas que produce la región (con su consiguiente alza en los precios).
Sin embargo, el comportamiento promedio de la región oculta una gran heterogeneidad, tanto entre los países como dentro de los mismos. Específicamente, el entorno internacional ha tenido efectos muy positivos en los países exportadores de recursos naturales con alta demanda, especialmente en América del Sur.
En efecto, las exportaciones latinoamericanas se debieron, en gran medida, al robusto crecimiento económico en los Estados Unidos y la demanda de materias primas en países asiáticos como China e India.
No obstante, se observa que muchos países de América Latina están buscando un patrón de especialización más diversificado que supone un mayor contenido de tecnología. Esta nueva estrategia está partiendo de las actuales ventajas comparativas con el fin de diversificar la estructura productiva.
Por tanto, es a partir de esas ventajas comparativas, asociadas tanto a la abundancia de recursos naturales (productos primarios y turismo) como al bajo costo laboral y también a la proximidad al mercado de Estados Unidos para la exportación de manufacturas, donde la región está construyendo sus ventajas a mediano plazo.
En este contexto, cobra especial relevancia la posibilidad de utilizar parte de los recursos provenientes de los altos precios de los productos primarios para apoyar la generación de encadenamientos que aumenten el contenido de valor agregado de los productos de exportación y para fortalecer el proceso de innovación.
América Latina debe seguir desplazándose hacia productos de más valor agregado. Llama la atención que un país como Costa Rica, en 1985 los productos agrícolas o derivados representaban 67 por ciento de las exportaciones, mientras los embarques eléctricos y electrónicos, apenas alcanzaban el 3 por ciento.
En 2006, en Costa Rica, las exportaciones de productos agrícolas o asimilados representaban 31 por ciento del total, mientras que las de material de punta médico, eléctricas y electrónicas llegaron al 38 por ciento.
En 2006, por primera vez, las inversiones de las multinacionales brasileñas en el extranjero (26.000 millones de dólares) superaron las realizadas por las empresas extranjeras en el país (18.000 millones).
Estamos asistiendo, por tanto, a un cambio de primer nivel en el mundo empresarial internacional. Cada vez más, las empresas latinoamericanas adquieren un carácter transnacional. Esto, a su vez, permite un impulso mayor a la innovación (que, como es sabido, es un factor fundamental para que la región se desarrolle).
Si países como China o India están modificando su patrón de crecimiento, también América Latina puede transformarse en un proveedor de productos tecnológicamente avanzados.
Existen, sin embargo, frenos a este desarrollo. En 2006 (y parece que también en 2007) los inversores extranjeros han estado muy indecisos a la hora de invertir sus capitales en América Latina, debido, en parte, al populismo que impregna cada vez más a la región.
El gobierno argentino, por ejemplo, lleva tiempo introduciendo una política subrepticia de control de precios sobre los alimentos y servicios públicos para taponar la presión inflacionaria.
Estas intervenciones distorsionan los incentivos del mercado, generan corrupción, distribuyen inadecuadamente los recursos e introducen un fuerte elemento de imprevisibilidad en las empresas. En este mismo sentido, el control de los medios de comunicación y las nacionalizaciones en Bolivia y en Venezuela tampoco son buenas noticias.
En definitiva, seguirán buenos tiempos para América Latina. Pero, para continuar por la senda del crecimiento y de la innovación, hace falta generar mayor credibilidad y estabilidad política y económica.
Rafael Pampillón Olmedo, Catedrático de la Universidad CEU-San Pablo, Profesor del Instituto de Empresa
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