Bioenergía, una oportunidad
Nadie duda del reemplazo progresivo de los combustibles fósiles por otros renovables y los combustibles de origen vegetal o animal jugarán un papel clave. La Argentina "puede proveerlos en cantidades enormes", indica el autor. "El desarrollo de una plataforma de bioenergía en el país constituye una oportunidad más que beneficiosa", afirma.
Una oportunidad posible, necesaria, virtuosa. Eso es lo que representa para el país el desarrollo de bioenergía. Las condiciones están dadas. El contexto internacional resulta favorable, la necesidad de buscar formas alternativas de combustión para preservar mejor el planeta es un incentivo y la alta productividad y eficiencia de nuestro campo nos sitúan en un punto de partida expectante. Hay que aprovecharlas, claro. Sin estridencias, con un trabajo serio y responsable, con inversiones en infraestructura e investigación, con un marco jurídico adecuado y una mirada que vaya más allá de la coyuntura y piense en términos de proyectos a mediano y largo plazo. Hay que aprovecharlas, y este es el momento.
La matriz energética del mundo está en crisis, quién lo duda. A la suba histórica del precio del petróleo por conflictos políticos se le suman las restricciones crecientes en la oferta. Un recurso escaso y no renovable tarde o temprano encuentra su límite y deja sus huellas. Es eso lo que está empezando a suceder, aquí y en otras partes del mundo. Pero no es lo único. La demanda de petróleo no deja de crecer, impulsada por la lógica misma del capitalismo, y exige definiciones concretas para no agudizar los conflictos. Algunos piensan que el futuro energético estará ligado al hidrógeno, otros a la energía solar. Pero ya nadie duda del reemplazo progresivo de los combustibles fósiles por otros renovables. En ese largo proceso de cambio se sostiene los combustibles de origen vegetal o animal jugarán un papel clave. Y nuestro país puede proveerlos en cantidades enormes.
La dimensión ecológica tampoco es ajena a esta cuestión. Los combustibles fósiles como el petróleo liberan dióxido de carbono a la atmósfera y causan el recalentamiento global del planeta y un cambio climático creciente muy perjudicial para el futuro de las especies. El uso de bioenergía, por el contrario, significaría un freno concreto a este problema ya que los gases se reciclan de manera continua a través de la fotosíntesis. Además, disminuiría la contaminación con plomo, CO, SO2 , smog e hidrocarburos.
Es cierto, hay quienes alertan acerca de los efectos no deseados que puede traer. El avance de la frontera agrícola para responder a la demanda sería uno. La deforestación sin control podría ser otro, con los riesgos de que conllevan. Pero nada que no se pueda evitar con un uso racional de los recursos, mayor conciencia, parámetros de calidad y políticas claras de ordenamiento territorial. Nada que no podamos hacer.
Otros países ya están avanzando en este nuevo rumbo y son la vanguardia, Alemania con investigaciones serias y la producción de biodiésel a partir del aceite de colza. En Europa son líderes, pero no son los únicos. Y no sólo porque hayan descubierto las bondades del negocio sino también por estrictas disposiciones comunitarias. Para 2010, por ejemplo, todos los países miembros de la Unión deberían tener combustibles con una proporción mínima del 5,75 por ciento de biocombustibles. Algo parecido sucede desde hace rato en Estados Unidos, donde se discute la obligatoriedad de que las naftas tengan un corte promedio de 10 por ciento de etanol, extraído del maíz.
Sin embargo, no hay que irse tan lejos para encontrar avances. Brasil acumula tres décadas de investigaciones en recursos bioenergéticos y hoy en día es el mayor productor de bioetanol a partir de la caña de azúcar, el 50 % de la caña tiene este destino y se está haciendo fuerte en los derivados de cultivos nuevos. Son países que apuestan al futuro y a ellos tenemos que sumarnos.
No será suficiente reiterarlo todas las veces que sea necesario. El desarrollo de una plataforma de bioenergía en el país constituye una oportunidad más que beneficiosa. Y esto por distintos motivos. Por un lado, está la posibilidad concreta de trasladar las ventajas comparativas de nuestro campo y la productividad enorme de nuestra agroindustria a la obtención de bioenergía.
El país tiene el complejo de producción de aceites vegetales más competitivo del mundo y eso hay que aprovecharlo. Además, las posibilidades de satisfacer la demanda agregada son altas. Si ya hoy Europa no puede abastecerse con su producción, mucho menos lo hará cuando rijan las nuevas disposiciones. Adicionalmente se suma la demanda de Japón, China, Corea, India. Por lo tanto, va a requerir una importación creciente que el país estaría en condiciones de aportar.
Pero no son los únicos beneficios. Con una producción intensiva de bioenergía el país estaría logrando un objetivo no siempre obtenido en otros contextos de crecimiento. Esto es, permitiría consolidar un modelo donde la renta agraria sea utilizada para generar puestos de trabajo genuinos sin necesidad de apelar a transferencias intersectoriales a través de impuestos distorsivos. Las cosechas de granos, oleaginosas y caña de azúcar, por ejemplo, se industrializarían en la misma región donde se levantan y parte de ese valor agregado quedaría en la economía local. Este círculo virtuoso también podría darse a partir de la promoción de las cooperativas de producción para el autoconsumo de biodiésel o a partir de la diversificación de cultivos que podría traer aparejado. El abanico de beneficios resulta muy amplio como para quedarse con los brazos cruzados.
Por suerte, hasta aquí las actitudes prescindentes fueron las menos y el compromiso para llevar a cabo este desarrollo resulta hoy mucho más difundido. El país tiene desde hace poco una Ley Nacional destinada a promover los biocombustibles (ya pronta a ser reglamentada), y el compromiso del Ejecutivo de generar desde la gestión las condiciones que hacen falta para que los proyectos de inversión que ya funcionan puedan llegar a buen puerto (en los dos sentidos del término) y para que se establezcan otros de cara al futuro. Entre enero de 2005 y agosto de 2006 se anunciaron 13 proyectos con un monto estimativo de 285,5 millones de dólares de inversión. Y llegarán otros seguramente. Bueno sería sepamos aprovecharlos, para generar desarrollo y oportunidades de trabajo.
Fernando Vilella. Ex decano de la FAUBA y actual director de la carrera de Agronegocios.
Una oportunidad posible, necesaria, virtuosa. Eso es lo que representa para el país el desarrollo de bioenergía. Las condiciones están dadas. El contexto internacional resulta favorable, la necesidad de buscar formas alternativas de combustión para preservar mejor el planeta es un incentivo y la alta productividad y eficiencia de nuestro campo nos sitúan en un punto de partida expectante. Hay que aprovecharlas, claro. Sin estridencias, con un trabajo serio y responsable, con inversiones en infraestructura e investigación, con un marco jurídico adecuado y una mirada que vaya más allá de la coyuntura y piense en términos de proyectos a mediano y largo plazo. Hay que aprovecharlas, y este es el momento.
La matriz energética del mundo está en crisis, quién lo duda. A la suba histórica del precio del petróleo por conflictos políticos se le suman las restricciones crecientes en la oferta. Un recurso escaso y no renovable tarde o temprano encuentra su límite y deja sus huellas. Es eso lo que está empezando a suceder, aquí y en otras partes del mundo. Pero no es lo único. La demanda de petróleo no deja de crecer, impulsada por la lógica misma del capitalismo, y exige definiciones concretas para no agudizar los conflictos. Algunos piensan que el futuro energético estará ligado al hidrógeno, otros a la energía solar. Pero ya nadie duda del reemplazo progresivo de los combustibles fósiles por otros renovables. En ese largo proceso de cambio se sostiene los combustibles de origen vegetal o animal jugarán un papel clave. Y nuestro país puede proveerlos en cantidades enormes.
La dimensión ecológica tampoco es ajena a esta cuestión. Los combustibles fósiles como el petróleo liberan dióxido de carbono a la atmósfera y causan el recalentamiento global del planeta y un cambio climático creciente muy perjudicial para el futuro de las especies. El uso de bioenergía, por el contrario, significaría un freno concreto a este problema ya que los gases se reciclan de manera continua a través de la fotosíntesis. Además, disminuiría la contaminación con plomo, CO, SO2 , smog e hidrocarburos.
Es cierto, hay quienes alertan acerca de los efectos no deseados que puede traer. El avance de la frontera agrícola para responder a la demanda sería uno. La deforestación sin control podría ser otro, con los riesgos de que conllevan. Pero nada que no se pueda evitar con un uso racional de los recursos, mayor conciencia, parámetros de calidad y políticas claras de ordenamiento territorial. Nada que no podamos hacer.
Otros países ya están avanzando en este nuevo rumbo y son la vanguardia, Alemania con investigaciones serias y la producción de biodiésel a partir del aceite de colza. En Europa son líderes, pero no son los únicos. Y no sólo porque hayan descubierto las bondades del negocio sino también por estrictas disposiciones comunitarias. Para 2010, por ejemplo, todos los países miembros de la Unión deberían tener combustibles con una proporción mínima del 5,75 por ciento de biocombustibles. Algo parecido sucede desde hace rato en Estados Unidos, donde se discute la obligatoriedad de que las naftas tengan un corte promedio de 10 por ciento de etanol, extraído del maíz.
Sin embargo, no hay que irse tan lejos para encontrar avances. Brasil acumula tres décadas de investigaciones en recursos bioenergéticos y hoy en día es el mayor productor de bioetanol a partir de la caña de azúcar, el 50 % de la caña tiene este destino y se está haciendo fuerte en los derivados de cultivos nuevos. Son países que apuestan al futuro y a ellos tenemos que sumarnos.
No será suficiente reiterarlo todas las veces que sea necesario. El desarrollo de una plataforma de bioenergía en el país constituye una oportunidad más que beneficiosa. Y esto por distintos motivos. Por un lado, está la posibilidad concreta de trasladar las ventajas comparativas de nuestro campo y la productividad enorme de nuestra agroindustria a la obtención de bioenergía.
El país tiene el complejo de producción de aceites vegetales más competitivo del mundo y eso hay que aprovecharlo. Además, las posibilidades de satisfacer la demanda agregada son altas. Si ya hoy Europa no puede abastecerse con su producción, mucho menos lo hará cuando rijan las nuevas disposiciones. Adicionalmente se suma la demanda de Japón, China, Corea, India. Por lo tanto, va a requerir una importación creciente que el país estaría en condiciones de aportar.
Pero no son los únicos beneficios. Con una producción intensiva de bioenergía el país estaría logrando un objetivo no siempre obtenido en otros contextos de crecimiento. Esto es, permitiría consolidar un modelo donde la renta agraria sea utilizada para generar puestos de trabajo genuinos sin necesidad de apelar a transferencias intersectoriales a través de impuestos distorsivos. Las cosechas de granos, oleaginosas y caña de azúcar, por ejemplo, se industrializarían en la misma región donde se levantan y parte de ese valor agregado quedaría en la economía local. Este círculo virtuoso también podría darse a partir de la promoción de las cooperativas de producción para el autoconsumo de biodiésel o a partir de la diversificación de cultivos que podría traer aparejado. El abanico de beneficios resulta muy amplio como para quedarse con los brazos cruzados.
Por suerte, hasta aquí las actitudes prescindentes fueron las menos y el compromiso para llevar a cabo este desarrollo resulta hoy mucho más difundido. El país tiene desde hace poco una Ley Nacional destinada a promover los biocombustibles (ya pronta a ser reglamentada), y el compromiso del Ejecutivo de generar desde la gestión las condiciones que hacen falta para que los proyectos de inversión que ya funcionan puedan llegar a buen puerto (en los dos sentidos del término) y para que se establezcan otros de cara al futuro. Entre enero de 2005 y agosto de 2006 se anunciaron 13 proyectos con un monto estimativo de 285,5 millones de dólares de inversión. Y llegarán otros seguramente. Bueno sería sepamos aprovecharlos, para generar desarrollo y oportunidades de trabajo.
Fernando Vilella. Ex decano de la FAUBA y actual director de la carrera de Agronegocios.
1 comentario
Carlos Araya -
te dejo la dirección del mio
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saludos desde CHILE