Saber mentir: un arte
Para algunos es un comportamiento que se realiza con facilidad. Pero para otros, el engaño puede ser difícil y los "10 consejos para mentir" son parte de los recursos más consultados en la web.
"¡Decíle que no estoy!", "No, no estás más gorda", "Está riquísimo, pero ya comí", "Salí temprano, pero no sabés el tráfico que había", "No te preocupes, le pasa a todos los hombres". Vamos, ¿a quién no se le escapó alguna vez una mentirita piadosa? Si el refrán popular es cierto, salvo los niños y los borrachos, todos los demás se han visto en algún momento de sus vidas ¿obligados? a ocultar, distorsionar o a negar la verdad. Muchos, probablemente, hayan sido descubiertos y tratados de fabuladores, falsos y/o exagerados. Aunque no esté bien hacerlo, hay que reconocer que mentir no es fácil y no todas las personas nacieron con el don de saber vender gato por liebre. Para los que no están entrenados en el arte del "chamullo", se ha escrito el decálogo del mentiroso, que circula libremente en Internet, en donde se detallan los diez mandamientos para estirarle las patas a la mentira.
Cada cual tendrá su motivo para no ser sincero. Conseguir prestigio, afecto, atención o evitar pagar las consecuencias de un error, son generalmente los más comunes. En muchos casos, también se hace para acceder a un puesto de trabajo. El costo de ser desenmascarado en una entrevista laboral puede ser la pérdida de una oportunidad y el principal obstáculo para salir victorioso es que los profesionales que se dedican, entre otras cosas, a detectar mentiras tienen el ojo afiladísimo para cazar embusteros.
Las instrucciones para mentir indican que es necesario mantener la calma y pensar bien antes de hablar. Lo fundamental es creer fuertemente en las propias mentiras y, en lo posible, mezclarlas con verdades para ganar verosimilitud. Es preciso también estar informado, dar detalles y no esperar a que empiecen las preguntas. Entre las prohibiciones figura: jamás admitir que se ha mentido y nunca hacerlo en grupo.
La licenciada Alejandra Zolty, de la consultora Emplear.com, asegura a Clarín.com que es así como no hay una receta exacta para lograr un buen engaño, tampoco la hay para percibirlo, pero que de todas maneras, le resulta fácil comprobar si por ejemplo, los postulantes se atribuyen virtudes que no tienen. Explica: "Si una persona desde el discurso dice: yo soy una persona superdinámica y re ágil y la actitud corporal o el tono de voz no lo acompañan te hace ver que miente. Y si le preguntás: ¿en qué te ves dinámico? y no puede dar un ejemplo terminás de confirmar que no es como dice ser". Agrega: "Si en el currículum dice que trabajo de tal fecha a tal fecha en tal lugar y cuándo se le pregunta algo, toma su CV, lo mira y dice: si trabajé acá, pero en realidad era una suplencia, entonces, empezamos a notar que la información que escribió no es tan cierta o tal vez, que esa persona no tiene registro de su historia laboral".
Otras situaciones en las que la mentira suele ser moneda corriente, es en cuestiones vinculadas a denuncias o causas judiciales. En esos casos el falso testimonio está penado por ley y los errores pueden costar tan caro como una estadía en la cárcel. Desde una fiscalía criminal, en la que diariamente se toman declaraciones, Juan Noel Varela coincide con la licenciada Zolty en que no es tan fácil ni tergiversar los hechos ni percibir los engaños. "No hay una receta para saber si alguien dice la verdad o no, pero estamos muy atentos a los gestos a las miradas, a la actitud. Cuando alguien viene a declarar lo primero que hacemos es tomarle los datos personales, en ese momento, la persona habla y se comporta de una manera, si cuando le preguntamos sobre otros temas percibimos una diferencia muy importante, vemos que está mintiendo".
Mentir no es bueno, pero si hacerlo resulta inevitable, mejor que se haga bien para no tener que cargar de por vida con el clásico mote de "chamullero", "tramposo", "charleta", "falso", "chanta" o "agrandado". Aunque no figure en el décalgo, en muchos casos es mejor sonreír, guiñar un ojo y lanzar un simpático: "Te estaba cargando" o bien, decir la verdad, que nunca es triste, aunque no tenga remedio.
Lucía Bertotto, para Clarín.com
"¡Decíle que no estoy!", "No, no estás más gorda", "Está riquísimo, pero ya comí", "Salí temprano, pero no sabés el tráfico que había", "No te preocupes, le pasa a todos los hombres". Vamos, ¿a quién no se le escapó alguna vez una mentirita piadosa? Si el refrán popular es cierto, salvo los niños y los borrachos, todos los demás se han visto en algún momento de sus vidas ¿obligados? a ocultar, distorsionar o a negar la verdad. Muchos, probablemente, hayan sido descubiertos y tratados de fabuladores, falsos y/o exagerados. Aunque no esté bien hacerlo, hay que reconocer que mentir no es fácil y no todas las personas nacieron con el don de saber vender gato por liebre. Para los que no están entrenados en el arte del "chamullo", se ha escrito el decálogo del mentiroso, que circula libremente en Internet, en donde se detallan los diez mandamientos para estirarle las patas a la mentira.
Cada cual tendrá su motivo para no ser sincero. Conseguir prestigio, afecto, atención o evitar pagar las consecuencias de un error, son generalmente los más comunes. En muchos casos, también se hace para acceder a un puesto de trabajo. El costo de ser desenmascarado en una entrevista laboral puede ser la pérdida de una oportunidad y el principal obstáculo para salir victorioso es que los profesionales que se dedican, entre otras cosas, a detectar mentiras tienen el ojo afiladísimo para cazar embusteros.
Las instrucciones para mentir indican que es necesario mantener la calma y pensar bien antes de hablar. Lo fundamental es creer fuertemente en las propias mentiras y, en lo posible, mezclarlas con verdades para ganar verosimilitud. Es preciso también estar informado, dar detalles y no esperar a que empiecen las preguntas. Entre las prohibiciones figura: jamás admitir que se ha mentido y nunca hacerlo en grupo.
La licenciada Alejandra Zolty, de la consultora Emplear.com, asegura a Clarín.com que es así como no hay una receta exacta para lograr un buen engaño, tampoco la hay para percibirlo, pero que de todas maneras, le resulta fácil comprobar si por ejemplo, los postulantes se atribuyen virtudes que no tienen. Explica: "Si una persona desde el discurso dice: yo soy una persona superdinámica y re ágil y la actitud corporal o el tono de voz no lo acompañan te hace ver que miente. Y si le preguntás: ¿en qué te ves dinámico? y no puede dar un ejemplo terminás de confirmar que no es como dice ser". Agrega: "Si en el currículum dice que trabajo de tal fecha a tal fecha en tal lugar y cuándo se le pregunta algo, toma su CV, lo mira y dice: si trabajé acá, pero en realidad era una suplencia, entonces, empezamos a notar que la información que escribió no es tan cierta o tal vez, que esa persona no tiene registro de su historia laboral".
Otras situaciones en las que la mentira suele ser moneda corriente, es en cuestiones vinculadas a denuncias o causas judiciales. En esos casos el falso testimonio está penado por ley y los errores pueden costar tan caro como una estadía en la cárcel. Desde una fiscalía criminal, en la que diariamente se toman declaraciones, Juan Noel Varela coincide con la licenciada Zolty en que no es tan fácil ni tergiversar los hechos ni percibir los engaños. "No hay una receta para saber si alguien dice la verdad o no, pero estamos muy atentos a los gestos a las miradas, a la actitud. Cuando alguien viene a declarar lo primero que hacemos es tomarle los datos personales, en ese momento, la persona habla y se comporta de una manera, si cuando le preguntamos sobre otros temas percibimos una diferencia muy importante, vemos que está mintiendo".
Mentir no es bueno, pero si hacerlo resulta inevitable, mejor que se haga bien para no tener que cargar de por vida con el clásico mote de "chamullero", "tramposo", "charleta", "falso", "chanta" o "agrandado". Aunque no figure en el décalgo, en muchos casos es mejor sonreír, guiñar un ojo y lanzar un simpático: "Te estaba cargando" o bien, decir la verdad, que nunca es triste, aunque no tenga remedio.
Lucía Bertotto, para Clarín.com
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