La revista Forbes lo acaba de nombrar el segundo hombre más rico del planeta. Mexicano, con importantes nexos con Chile, poderoso y respetado desde George Bush a Fidel Castro es, sin embargo, un hombre austero, que vive en la misma casa hace 30 años, y que no usa computador ni autos de lujo. Apasionado por el futbol y el arte, el mayor dolor de su vida es la muerte de su mujer.
En México lo tratan como a un héroe. Sienten que es el único que lo hizo, que lo logró, que llegó donde ninguno ha llegado. Que no solamente fue durante los últimos 10 años el tipo más rico de América Latina, sino que ahora llegó a ser el segundo más rico del mundo. Héroe nacional.
Los empresarios lo respetan. Saben que no pueden ser sus enemigos. Los Presidentes de todas las naciones de las Américas le dan el tratamiento que le darían a un par. Tiene tan buenas relaciones con George Bush como con Fidel Castro.
Los mexicanos y muchos americanos ya saben que cuando comen, cuando hablan por teléfono, cuando fuman, ven televisión o leen una revista, cuando van a una farmacia o a un banco, cuando se visten en Sacks Fith Avenue, cuando usan el celular o el internet...le están dando dinero a Carlos Slim.
Lo que no se sabe es que este magnate ni siquiera anda en un Mercedes. Cuando llega a un lugar, maneja él un auto de penúltimo modelo. Se viste sin elegancia alguna. Ni siquiera tiene sastre, porque le gusta caminar por las calles de los lugares donde va y mirar las tiendas, y si hay algo que le gusta, se lo compra. Y no estamos hablando de un anillo de brillantes, sino de una parca para el frío, como lo hizo en Punta Arenas cuando su amigo chileno, el senador Fernando Flores, lo convidó a conocer la Antártica, en 2002.
En Ciudad de México vive en un barrio exclusivo llamado Lomas de Chapultepec, pero su casa –que por fuera se ve grande e imponente, pero igual a todas las de alrededor– es muy sencilla por dentro. Las sillas del comedor, por ejemplo, son de oficina. Y es la misma casa que tiene hace 30 años, que arregló para vivir con su mujer y sus seis hijos –tres hombres y tres mujeres–, antes de que todos se casaran y de que ella falleciera de un problema renal, en 1999.
"Se nota que allí falta una mujer", cuenta una ejecutiva a quien él citó para conversar de trabajo. "Es como un bunker sencillo. Como él", agrega.
Es cierto que su vida está marcada por la muerte de Soumaya Domit, su única esposa, a quien veneró siempre. Incluso antes de casarse formó su entonces pequeño holding al que nombró Carso, por Carlos y Soumaya. Prefiere no hablar de ella, porque cuando empieza, no puede evitar el llanto. "No te metas en ese tema", me pidió con la voz quebrada y los ojos húmedos, hace algunos años, cuando me tocó entrevistarlo en Chile. Y se quedó en silencio, tranquilizando el puchero en la barbilla y cerrando los ojos para detener las lágrimas. Luego comentó que habían alcanzado a estar 33 años casados y que ella era su mayor alegría.
Ya han pasado varios años. Los nietos ya son más de diez, los hijos lo visitan mucho en esta casa donde ahora vive solo, y todos trabajan con él: los tres hijos, Carlos, Patricio y Tony, están a cargo de los tres brazos de sus empresas, el rubro inmobiliario, el de telecomunicaciones y retail, y el financiero. También sus yernos están en sus negocios.
Dicen, en todo caso, que no hay viuda ni divorciada que no esté lista para casarse con él. Pero esa es la oferta, que traspasa nacionalidades y edades. No se sabe cuál es la verdadera demanda.
Hijo de la revolución
En muchas pequeñas cosas, Carlos Slim es un multimillonario atípico. Su historia no es la del inmigrante árabe que parte de cero. Esa es la historia de su padre. Julián Slim llegó a México a los 14 años, con mucha familia y ni un peso, en 1902. Antes de diez años, inaugura una tienda de telas, ropa y baratijas llamada Estrella de Oriente, en honor a su patria, el Líbano. Vende a muy bajo precio, incluso presta dinero a otros, y se construye una muy buena situación. En 1940 nace Carlos, el quinto de sus seis hijos. Estudia en escuela pública y acompaña a su padre a la tienda todos los días. Es el único de los Slim Helú que tiene desarrollado el olfato empresarial. A su padre le gusta mucho andar con él porque se comprenden. A los 12 años realizó sus primeras inversiones, en bonos y acciones, en el Bancomer.
Le pregunté aquella vez si lo hacía para complacer a papá. Me dijo que no. "Lo hacía porque me gustaba, porque había una vocación por hacer cosas, por inventar. Es como un pintor con vocación artística, cuyas pinturas se venden caras, sigue pintando no por venderlas más caras, sino porque le gusta pintar".
Con esa mentalidad llegó a los 13 años, cuando muere su padre y les deja una herencia a cada uno. Esa es la que Carlos ha multiplicado ad infinitum, desde los 15 años invirtiendo en la Bolsa y luego armando el imperio, hasta llegar a los 53 mil 100 millones de dólares que son los que confiesa la revista Forbes estos días.
Estudió ingeniería civil en la UNAM, hizo un postgrado que no terminó en Ilades, en Santiago de Chile, y no paró nunca de invertir y comprar. Tal vez su paso más significativo fue haber comprado Telmex (Teléfonos de México) en tiempos de su privatización bajo el Presidente Salinas de Gortari. La adquirió en mil 700 millones de dólares y hoy se supone que vale más de 25 mil millones.
A sus 68 años, no usa computador. Pero hay algo más sorprendente, que lo hace ser atípico, y es que escucha con atención lo que otros dicen. Incluso con asombro, como si se le revelaran mundos nuevos en cada ser humano que toca. Por eso es la antítesis del Rey Midas, porque es un gozador.
Para el actual embajador en Argentina, Luis Maira, a quien le tocó recibirlo en su casa cuando era embajador en México en tiempos del Presidente Lagos, Slim es un tipo poco común en América Latina:
"Es un hijo de la revolución mexicana, que terminó con la vieja aristocracia y permitió la emergencia de todo tipo de personas nuevas sin ningún linaje. Después de la revolución, cualquier persona con esfuerzo e inteligencia pudo llegar muy arriba. Slim es una expresión de eso. Habla como si no fuera rico. Salvo cuando demuestra el gran conocimiento del mundo que tiene. Ahí se le nota que es un tipo universal, global".
–Dicen que le tiene un gran aprecio al ex Presidente Lagos.
–Sí, por eso cuando viajó el Presidente Lagos a México le hicimos una cena íntima con personas como García Márquez, Carlos Fuentes, Aguilar Camín, Carlos Slim... Y él escuchó mucho a los demás, los disfrutaba en sus intervenciones, reconociendo la excelencia de los otros, y sólo hablaba lo justo, con gran naturalidad. Se le veía como una persona muy segura de sí misma, pero muy humilde y sencillo al mismo tiempo.
–¿Cuál es su relación con Chile?
–Otra vez comimos en casa de Jorge Castañeda (ex canciller mexicano), donde éramos cuatro personas. Me sorprendió la mucha simpatía que tiene por Chile. Estudió un posgrado en Santiago, ya siendo ingeniero, y tuvo un conocimiento muy cercano de la sociedad chilena. Tiene amigos y aprecia mucho nuestra mentalidad. Es una persona que trabaja muy activamente por la UNAM, apoya su club deportivo y todos los trabajos de la universidad. Eso es muy atípico. Es la universidad más grande de América Latina, muy pública, muy plebeya. Él se identifica y se reconoce allí.
Efectivamente, siempre que Carlos Slim viene a Chile ve a Ricardo Lagos, a José Miguel Insulza, y a muchos amigos que tiene en la Concertación. Su gran "cuate" chileno es Fernando Flores, que lo ha traído a seminarios y a encuentros sobre innovación con su otro gran amigo, el español Felipe González. Sin embargo, aquí es más un lugar de encuentros y de aventura que de negocios. Hace unos años entró a Chile comprando Chilesat, peleó mucho por las regulaciones, las reglas del juego, y no logró conseguir que se modificaran las disposiciones vigentes en materia de telecomunicaciones así es que vendió pronto sus intereses. "Mientras haya que pagar una cantidad excesiva por interconexión a las otras empresas telefónicas en Chile nuestra participación en el mercado de las telecomunicaciones será marginal", dijo en 2004 a El Mercurio.
CON DIOS Y CON EL DIABLO
Como es un tipo encantador y sobrio, además de muy poderoso, no es fácil encontrar a sus enemigos. Sin embargo, hubo una conferencia el 7 de noviembre del año pasado y luego un estudio del Banco Mundial y la Universidad de Harvard sobre desigualdad y crecimiento en México, que no lo dejan nada de bien. Con la asistencia de gente del gobierno y de especialistas se llevó a cabo este evento en el Distrito Federal que concluye que la desigualdad mexicana sí tiene un efecto importante sobre el crecimiento. Y que los monopolios y sus artimañas para saltarse las regulaciones vigentes son un factor determinante en este estancamiento. El sector telecomunicaciones, donde Telmex y América Móvil –ambas de Slim, que controlan el 95 por ciento de la telefonía fija y móvil de México, con las tarifas más caras de América Latina– fueron los principales blancos. La discusión fue enriquecida con muchas publicaciones y comentarios en la prensa local e internacional. Carlos Slim llamó a la autora del estudio –Isabel Guerrero– y le dijo que le habría gustado poder defenderse. Pero la verdad es que estaba invitado al seminario y no asistió.
Existe, por lo tanto, una contradicción profunda entre su pensamiento progresista y su afán por ganar y seguir ganando. En eso se parece a George Soros en sus críticas al sistema, pero no teme usarlo para llegar donde está. Lo que hace Slim para compensar entre estas dos fuerzas es predicar un capitalismo comprometido con el progreso y la creación de empleo.
La otra arma importante con la que Slim blanquea su monopolio es a través del arte. Y esto es profundo y genuino en él. Dicen que tiene esculturas de Rodin en su casa y oficina. Que creó un museo con obras europeas que los mexicanos no tenían opción de ver allí. Su Fundación Telmex se dedica a restaurar obras en el centro histórico: emitió bonos a cinco años por 39 millones de dólares para financiar el Zócalo de Ciudad de México; se ha comprado muchos edificios para restaurar y, respetando su arquitectura histórica, los ha transformado en cines y en casas. El cine es otra de sus grandes pasiones y apoya todas las películas mexicanas que llegan al mercado internacional, como Amores Perros.
Su otra pasión es el fútbol. Ahora está apoyando a los Pumas de la UNAM, el equipo al que amó desde su primera juventud.
Le gusta fumar puros y tiene una visión sobre el hecho de fumar cigarrillos que es tan políticamente incorrecta que resulta fascinante. Le pregunté aquella vez si no le daba remordimiento ser dueño de la Philip Morris y respondió que no, mientras saboreaba el humo de su puro. "Hace muy bien fumarse unos pocos cigarrillos. Te relajan, te impiden engordar. Es una estupidez creer que son un vicio, en poca cantidad. Lo que pasa es que el cigarro es el nuevo enemigo público gringo. Como ya se acabó el comunismo y fracasaron con el narcotráfico, el enemigo es el cigarro". Y luego sonrió, alineando los ojos negros.
SLIM EN NúMEROS
• Tiene 250 mil empleados en México. Paga más de 5 mil millones de dólares en impuestos. Entre sus empresas, que incluyen el área financiera, telecomunicaciones, inmobiliaria y retail, se encuentran: Telmex, América Móvil, Cadena Sanborns (con restorán, farmacia, discos, regalos), Televisa, Sacks Fith Avenue, Philip Morris Por Margarita Serrano |
0 comentarios