¿Investigación pura en A. L.? Si. Se hace en Valdivia (Chile).
Cercado por la lluvia sureña, el CECS es una insólita y exitosa experiencia de investigación científica criolla de nivel mundial. En su interior hay ratas perfectas, rockeros terminando doctorados, piezas de físicos teóricos salpicadas con fórmulas inentendibles y un líder que habla por celular con varios premios Nobel. Una de las investigaciones clave es descubrir los secretos milenarios de Campos de Hielo.
La sala de reuniones del cuarto piso del Centro de Estudios Científicos de Valdivia (CECS) es un espacio mezcla de antigua solemnidad, con ese viejo reloj de péndulo de la Casa Sinn de Valparaíso; de idolatría científica, con los retratos de Newton, Darwin, Galileo y Maxwell colgando desde las paredes; de aspiración a aventura moderna, con ese enorme mapa satelital de la Antártica bajo el vidrio de la mesa central, y de trabajo actual, con las principales cabezas del centro dilucidando hacia dónde deben ir sus investigaciones.
Frente a este "estado mayor" del CECS está Claudio Bunster.
El tipo, con sus ojos turquesa, pelo cano en una testa que comienza a despoblarse, chaqueta oscura con bordado de la Cruz del Sur, más que físico teórico y director del centro, exhibe más bien cierto aire de comandante de algún submarino ruso.
Informalidad y disciplina
Cuando el CECS nació en Santiago el año '84, ninguno de sus fundadores originales siquiera imaginaba que en 2000 estarían intentando hacer la mejor ciencia del país en un viejo hotel de Valdivia.
La osadía y radicalidad de la decisión no era menor: a la voluntad de seguir adelante con una investigación de excelencia se unía la incógnita de si el proyecto de una ciencia descentralizada resultaría o no exitoso.
Así llegaron a Valdivia y al vetusto hotel Schuster como sede del nuevo CECS.
Seis años después, el CECS es un vigoroso centro de pensamiento científico que cobija a 100 personas, donde no más del 15% son administrativos.
Separados en tres áreas de investigación (biología, física y glaciología), los pensadores del CECS incluyen a una amplia gama de personajes, que van desde alumnos de pregrado, pasando por postdoctorados, hasta terminar en los llamados "investigadores", la casta más alta y respetada dentro de esa estructura científica.
Curiosamente, y salvo la dirección visible de Bunster, el CECS funciona como un organismo escasamente estructurado.
Es cierto que junto a Bunster hay un grupo de ocho investigadores con los que decide los temas de investigación, la duración de los mismos y los dineros, pero también es efectivo que los acuerdos de ese grupo son alcanzados rápidamente, usualmente por unanimidad y que nunca han debido someter a votación algún tema relevante.
Mezcla de democracia científica y disciplina investigativa de sus integrantes, el centro está más cerca de ser un club de amigos con afinidades comunes que una empresa con cargos definidos y exigencias urgentes.
"Los galones, el liderazgo y el respeto acá se ganan con la calidad del trabajo que se hace", se apura en aclarar Bunster.
Y eso pareciera ser lo único que importa. Y por eso también es que cuestiones cotidianas, como vestimentas y horarios de trabajo, poco y nada importan.
En el CECS no se ve ninguna corbata, los trajes están olvidados en algún armario, abundan los chalecos, los retos de los jefes no aparecen por ninguna parte y los científicos acomodan sus horarios de acuerdo con en qué parte del día es que piensan mejor.
Así, no es raro que muchos lleguen cuando otros se van y que, de madrugada, sean varias las luces que están encendidas en la sede.
Altamente exigentes en lo intelectual, no hay que engañarse con el ambiente en que se desenvuelve el CECS: la tarea del centro no es otra que hacer ciencia de primer nivel.
"No se puede ser escalador y sherpa al mismo tiempo", dice uno de los investigadores, al plantear la necesidad de salir de la mediocridad e investigar al mismo nivel que lo hacen en los centros del primer mundo.
Pero eso exige dinero. Y mucho.
Ocho millones de dólares es el presupuesto anual del CECS.
Una parte va al sueldo de los científicos: tres millones mensuales para los investigadores de mayor renombre, dos millones para los postdoctorados con cierta experiencia y un millón para los postdoctorales que comienzan en el centro.
Eficiente: por cada dólar que el CECS consigue en Chile -montos provenientes de la Iniciativa Milenio, Fundación Andes y Fondecyt-, el centro logra otro dólar desde el extranjero.
Claro que ahora, con la desaparición de la Fundación Andes, los millones de dólares que la fenecida institución entregó al CECS deberán ser buscados en otra parte.
En física teórica trabajan 15 personas y el área se lleva sólo el 15% del presupuesto total del CECS.
Sin embargo, escudriñar en sus salas, sus temas y personajes resulta un descubrimiento fascinante.
Distribuidos en diferentes oficinas, en cada una de ellas el elemento más sagrado es el viejo pizarrón de liceo y las tizas dispuestas para plagar de fórmulas la superficie.
En los pasillos se repiten retratos con diferentes y afamados físicos a los cuales se los mira con reverencia.
Ingresar a una de estas oficinas y presenciar durante un rato largo la discusión y la escritura de esas afirmaciones es un ejercicio de humildad para el visitante.
Y es que son pocas las oportunidades en que se puede presenciar un debate, en el mismo idioma, y no ser capaz de comprender nada de nada.
"Es cierto: pareciera que nuestra área tiene escaso o nulo interés práctico. Pero eso es algo relativo. Nuestra disciplina se encarga de describir matemáticamente la naturaleza. Y eso es fascinante", explica Jorge Zanelli, uno de los más destacados físicos que laboran en el CECS.
Zanelli está en una de las salas y se ha embarcado en un largo análisis con Tomás Andrade, un alumno con cara de niño y bigote, de la Universidad Católica, que le explica a través de distintas fórmulas algunos puntos de vista propios relacionados con la teoría cuántica.
"Es un lujo estar acá, con investigadores que son de calidad mundial", dice con orgullo Andrade, mientras limpia sus manos del polvillo de la tiza.
Más allá, Alejandra Montesinos, una joven postdoctorada de la Universidad de Chile de mirada dulce y cabello rubio -una de las escasas féminas que conviven en el mundo de la física teórica-, se afana en preparar los últimos detalles de una ponencia que ha titulado "Transición de fases en agujeros negros".
Nada escapa de esa manía por traducirlo todo a fórmulas.
Cualquier espacio, aunque sean los vidrios que separan los atestados y desordenados cubículos de los estudiantes, sirve para anotar en ellos alguna fórmula a modo de recordatorio.
Soberanía científica
Las áreas de biología y glaciología son las más numerosas (65 investigadores en total) y las más costosas del CECS (juntas se llevan el 70% del presupuesto).
Carlos Flores es uno de los que se pasan la vida internándose en esos mundos mínimos que ofrece la biología.
El tipo tiene 33 años, es casado y Agustín, su hijo, tiene tres años.
Carlos es un personaje peculiar. Con su polera con estampado de pentagrama, su barba, pelo negro largo tomado y brazos plagados de tatuajes, el hombre más parece guitarrista del algún grupo metalero que amante de las ciencias.
El científico partió estudiando tecnología médica en Temuco y de ahí no ha dejado los libros. Ahora está en lo últimos pasos de su doctorado de cinco años de duración que tiene como tesis la fisiología del colon.
"Me gusta este lugar. Hay un muy buen ambiente para hacer tu trabajo y la gente no se preocupa por tonteras como ropa o apariencia. Tienes que hacer lo tuyo y punto", dice Flores, mientras confiesa que sus aspiraciones están en seguir en el extranjero un postdoctorado.
En biología los temas que preocupan son la neurobiología, el análisis de las proteínas -a través de ellas se pueden asociar con enfermedades como parkinson o fibrosis quística- y la ingeniería genómica, que estudian a través de los ratones que han logrado desarrollar y mantener en un ambiente de perfección, para estudiar a través de ellos varias situaciones semejantes en humanos.
Mientras los biólogos se internan en las pequeñeces de la naturaleza, en el área de glaciología y cambio climático el ambiente es una mixtura de oficina turística de expediciones y laboratorio geográfico.
Obsesionados con los glaciares y las alteraciones en el clima, este departamento del CECS convive con los desplazamientos a zonas remotas, el riesgo de un clima cruento y con los dedos congelados de sus científicos cada vez que deben partir a algún sitio remoto.
Entre enormes mapas, GPS y equipos de aventura, los científicos de esta área -en la cual hay tres militares- ya han descubierto pérdidas importantes de hielo en la Antártica y alarmantes retrocesos en algunas zonas de Campos de Hielo, que van de los tres a los 30 metros por año.
Otro de los logros han sido los llamados "testigos de hielo", profundas muestras cilíndricas de hielo que, tras diversos análisis, permiten dar luces de cambios climáticos y vida pasada. Todo, un tipo de información cada vez más relevante para la reserva de agua dulce más importante del planeta.
Ya tienen uno de Campos de Hielo, cuyos resultados se esperan con expectación en el mundo científico. Tanto, que mantienen un severo acuerdo de exclusividad con la National Geopraphic para exponer en conjunto lo que se descubra.
Gino Cassasa, un tipo de pocas palabras y cabeza cada vez más despoblada, es uno de los líderes en glaciología.
Entusiasmado con el trabajo que desarrollan en conjunto con la Armada, uno de los líderes del departamento prepara la siguiente misión de su área: sobrevolar Campos de Hielo para establecer lo que será el primer mapa de la topografía superficial y subterránea del estratégico lugar.
Todo, en una suerte de "soberanía científica".
Mientras las pizarras y ventanales se llenan de fórmulas, los microscopios acogen miradas inquietas y se organizan nuevas y complejas campañas a hielos que ya no parecen tan eternos, los hombres y mujeres del CECS siguen honrando el espíritu de pregunta permanente que caracterizó a esos maestros que, en silencio, observan desde las paredes del lugar.
MENTES MIRANDO HACIA VALDIVIA: Premios Nobel y el CECS
Quizás una de las características más notables del CECS es el vínculo que logra mantener con algunas de las mentes científicas más importantes del planeta.
Sorprende ver cómo Claudio Bunster y los especialistas del centro valdiviano se manejan con extrema familiaridad cuando se trata de llamar y hablar con prestigiados investigadores mundiales.
Cuando Bunster llama y se contacta con la secretaria de un Premio Nobel instalado en Estados Unidos, no hay necesidad de esperar o de realizar nuevos llamados. Como si se tratara de una línea directa, al otro lado del teléfono emerge la voz de los científicos que suelen mantener diálogos cercanos y relajados con Bunster.
Frank Wilczek (Premio Nobel de Física 2004): desde el Centro de Física Teórica del MIT, el laureado investigador que puede visitar los lugares que desee, suele agendar a Valdivia en sus inviernos como destino de trabajo.
En el CECS le tienen una oficina que cobija al profesor en sus cerca de dos semanas de estadía.
"Me agrada el CECS porque está en un lugar pequeño, donde se puede trabajar con agrado y tranquilidad. Pero no sólo es eso, sino que cada vez que viajo a Valdivia me impresiona la relación que mantienen las distintas disciplinas en estudio y el entusiasmo de sus investigadores", dice Wilczek.
El Nobel de Física está convencido de los beneficios de mantener en países como Chile un centro de pensamiento científico como el CECS.
"Es inevitable que se produzca un efecto de imitación. Gente que trabaja en la frontera de la ciencia es factor de motivación para que otros también se interesen en la ciencia", asegura.
Thomas Cech (Premio Nobel de Química 1989): el científico del Howard Hughes Medical Institute está en una serie de conferencias con eruditos de varias partes del mundo en su personal y ya afamado centro de investigación llamado Janelias Farm, ubicado en Washington, pero igual se asoma al teléfono cuando su asistente le avisa que tiene un llamado desde el CECS de Valdivia.
Cech no ha estado nunca en Chile, pero un viaje a Argentina el próximo año lo tiene entusiasmado con la idea de poder conocer al fin el trabajo del CECS.
Pero no importa que nunca haya pisado el CECS: el hombre conoce a la perfección lo que pasa a más de 8 mil kilómetros de donde está.
"Estoy fascinado con la idea de poder visitar el CECS. Sé del coraje y el esfuerzo que realizan para efectuar estudios de primer nivel en sus tres áreas de investigación. Nosotros en el Howard Hughes Medical Institute hemos entregado algunas becas a científicos del CECS porque estamos claros del nivel de sus trabajos y porque es importante que en Chile sean capaces de reconocer el trabajo que desarrollan", dice a la distancia.
Waleed Abdalati (encargado de la Nasa en los temas de criósfera): las fotografías que aparecen de él en internet apenas muestran su rostro en esas capas de vestimentas que lo acompañan en sus travesías por los lugares cubiertos de hielo del planeta.
No es Nobel, pero su labor es de una influencia política y científica enorme: descubrir a través del hielo planetario los cambios climáticos.
En 2002, Abdalati acompañó a investigadores del CECS en una travesía por la Antártica y está entusiasmado con la idea de seguir trabajando juntos.
"Ahí en Valdivia están desarrollando un trabajo espléndido respecto del cambio climático. Es un grupo pequeño, pero piensan en grande y hacen cosas grandes", es la alabanza que lanza desde Estados Unidos.
Rodrigo Barría Reyes, El Mercurio
La sala de reuniones del cuarto piso del Centro de Estudios Científicos de Valdivia (CECS) es un espacio mezcla de antigua solemnidad, con ese viejo reloj de péndulo de la Casa Sinn de Valparaíso; de idolatría científica, con los retratos de Newton, Darwin, Galileo y Maxwell colgando desde las paredes; de aspiración a aventura moderna, con ese enorme mapa satelital de la Antártica bajo el vidrio de la mesa central, y de trabajo actual, con las principales cabezas del centro dilucidando hacia dónde deben ir sus investigaciones.
Frente a este "estado mayor" del CECS está Claudio Bunster.
El tipo, con sus ojos turquesa, pelo cano en una testa que comienza a despoblarse, chaqueta oscura con bordado de la Cruz del Sur, más que físico teórico y director del centro, exhibe más bien cierto aire de comandante de algún submarino ruso.
Informalidad y disciplina
Cuando el CECS nació en Santiago el año '84, ninguno de sus fundadores originales siquiera imaginaba que en 2000 estarían intentando hacer la mejor ciencia del país en un viejo hotel de Valdivia.
La osadía y radicalidad de la decisión no era menor: a la voluntad de seguir adelante con una investigación de excelencia se unía la incógnita de si el proyecto de una ciencia descentralizada resultaría o no exitoso.
Así llegaron a Valdivia y al vetusto hotel Schuster como sede del nuevo CECS.
Seis años después, el CECS es un vigoroso centro de pensamiento científico que cobija a 100 personas, donde no más del 15% son administrativos.
Separados en tres áreas de investigación (biología, física y glaciología), los pensadores del CECS incluyen a una amplia gama de personajes, que van desde alumnos de pregrado, pasando por postdoctorados, hasta terminar en los llamados "investigadores", la casta más alta y respetada dentro de esa estructura científica.
Curiosamente, y salvo la dirección visible de Bunster, el CECS funciona como un organismo escasamente estructurado.
Es cierto que junto a Bunster hay un grupo de ocho investigadores con los que decide los temas de investigación, la duración de los mismos y los dineros, pero también es efectivo que los acuerdos de ese grupo son alcanzados rápidamente, usualmente por unanimidad y que nunca han debido someter a votación algún tema relevante.
Mezcla de democracia científica y disciplina investigativa de sus integrantes, el centro está más cerca de ser un club de amigos con afinidades comunes que una empresa con cargos definidos y exigencias urgentes.
"Los galones, el liderazgo y el respeto acá se ganan con la calidad del trabajo que se hace", se apura en aclarar Bunster.
Y eso pareciera ser lo único que importa. Y por eso también es que cuestiones cotidianas, como vestimentas y horarios de trabajo, poco y nada importan.
En el CECS no se ve ninguna corbata, los trajes están olvidados en algún armario, abundan los chalecos, los retos de los jefes no aparecen por ninguna parte y los científicos acomodan sus horarios de acuerdo con en qué parte del día es que piensan mejor.
Así, no es raro que muchos lleguen cuando otros se van y que, de madrugada, sean varias las luces que están encendidas en la sede.
Altamente exigentes en lo intelectual, no hay que engañarse con el ambiente en que se desenvuelve el CECS: la tarea del centro no es otra que hacer ciencia de primer nivel.
"No se puede ser escalador y sherpa al mismo tiempo", dice uno de los investigadores, al plantear la necesidad de salir de la mediocridad e investigar al mismo nivel que lo hacen en los centros del primer mundo.
Pero eso exige dinero. Y mucho.
Ocho millones de dólares es el presupuesto anual del CECS.
Una parte va al sueldo de los científicos: tres millones mensuales para los investigadores de mayor renombre, dos millones para los postdoctorados con cierta experiencia y un millón para los postdoctorales que comienzan en el centro.
Eficiente: por cada dólar que el CECS consigue en Chile -montos provenientes de la Iniciativa Milenio, Fundación Andes y Fondecyt-, el centro logra otro dólar desde el extranjero.
Claro que ahora, con la desaparición de la Fundación Andes, los millones de dólares que la fenecida institución entregó al CECS deberán ser buscados en otra parte.
En física teórica trabajan 15 personas y el área se lleva sólo el 15% del presupuesto total del CECS.
Sin embargo, escudriñar en sus salas, sus temas y personajes resulta un descubrimiento fascinante.
Distribuidos en diferentes oficinas, en cada una de ellas el elemento más sagrado es el viejo pizarrón de liceo y las tizas dispuestas para plagar de fórmulas la superficie.
En los pasillos se repiten retratos con diferentes y afamados físicos a los cuales se los mira con reverencia.
Ingresar a una de estas oficinas y presenciar durante un rato largo la discusión y la escritura de esas afirmaciones es un ejercicio de humildad para el visitante.
Y es que son pocas las oportunidades en que se puede presenciar un debate, en el mismo idioma, y no ser capaz de comprender nada de nada.
"Es cierto: pareciera que nuestra área tiene escaso o nulo interés práctico. Pero eso es algo relativo. Nuestra disciplina se encarga de describir matemáticamente la naturaleza. Y eso es fascinante", explica Jorge Zanelli, uno de los más destacados físicos que laboran en el CECS.
Zanelli está en una de las salas y se ha embarcado en un largo análisis con Tomás Andrade, un alumno con cara de niño y bigote, de la Universidad Católica, que le explica a través de distintas fórmulas algunos puntos de vista propios relacionados con la teoría cuántica.
"Es un lujo estar acá, con investigadores que son de calidad mundial", dice con orgullo Andrade, mientras limpia sus manos del polvillo de la tiza.
Más allá, Alejandra Montesinos, una joven postdoctorada de la Universidad de Chile de mirada dulce y cabello rubio -una de las escasas féminas que conviven en el mundo de la física teórica-, se afana en preparar los últimos detalles de una ponencia que ha titulado "Transición de fases en agujeros negros".
Nada escapa de esa manía por traducirlo todo a fórmulas.
Cualquier espacio, aunque sean los vidrios que separan los atestados y desordenados cubículos de los estudiantes, sirve para anotar en ellos alguna fórmula a modo de recordatorio.
Soberanía científica
Las áreas de biología y glaciología son las más numerosas (65 investigadores en total) y las más costosas del CECS (juntas se llevan el 70% del presupuesto).
Carlos Flores es uno de los que se pasan la vida internándose en esos mundos mínimos que ofrece la biología.
El tipo tiene 33 años, es casado y Agustín, su hijo, tiene tres años.
Carlos es un personaje peculiar. Con su polera con estampado de pentagrama, su barba, pelo negro largo tomado y brazos plagados de tatuajes, el hombre más parece guitarrista del algún grupo metalero que amante de las ciencias.
El científico partió estudiando tecnología médica en Temuco y de ahí no ha dejado los libros. Ahora está en lo últimos pasos de su doctorado de cinco años de duración que tiene como tesis la fisiología del colon.
"Me gusta este lugar. Hay un muy buen ambiente para hacer tu trabajo y la gente no se preocupa por tonteras como ropa o apariencia. Tienes que hacer lo tuyo y punto", dice Flores, mientras confiesa que sus aspiraciones están en seguir en el extranjero un postdoctorado.
En biología los temas que preocupan son la neurobiología, el análisis de las proteínas -a través de ellas se pueden asociar con enfermedades como parkinson o fibrosis quística- y la ingeniería genómica, que estudian a través de los ratones que han logrado desarrollar y mantener en un ambiente de perfección, para estudiar a través de ellos varias situaciones semejantes en humanos.
Mientras los biólogos se internan en las pequeñeces de la naturaleza, en el área de glaciología y cambio climático el ambiente es una mixtura de oficina turística de expediciones y laboratorio geográfico.
Obsesionados con los glaciares y las alteraciones en el clima, este departamento del CECS convive con los desplazamientos a zonas remotas, el riesgo de un clima cruento y con los dedos congelados de sus científicos cada vez que deben partir a algún sitio remoto.
Entre enormes mapas, GPS y equipos de aventura, los científicos de esta área -en la cual hay tres militares- ya han descubierto pérdidas importantes de hielo en la Antártica y alarmantes retrocesos en algunas zonas de Campos de Hielo, que van de los tres a los 30 metros por año.
Otro de los logros han sido los llamados "testigos de hielo", profundas muestras cilíndricas de hielo que, tras diversos análisis, permiten dar luces de cambios climáticos y vida pasada. Todo, un tipo de información cada vez más relevante para la reserva de agua dulce más importante del planeta.
Ya tienen uno de Campos de Hielo, cuyos resultados se esperan con expectación en el mundo científico. Tanto, que mantienen un severo acuerdo de exclusividad con la National Geopraphic para exponer en conjunto lo que se descubra.
Gino Cassasa, un tipo de pocas palabras y cabeza cada vez más despoblada, es uno de los líderes en glaciología.
Entusiasmado con el trabajo que desarrollan en conjunto con la Armada, uno de los líderes del departamento prepara la siguiente misión de su área: sobrevolar Campos de Hielo para establecer lo que será el primer mapa de la topografía superficial y subterránea del estratégico lugar.
Todo, en una suerte de "soberanía científica".
Mientras las pizarras y ventanales se llenan de fórmulas, los microscopios acogen miradas inquietas y se organizan nuevas y complejas campañas a hielos que ya no parecen tan eternos, los hombres y mujeres del CECS siguen honrando el espíritu de pregunta permanente que caracterizó a esos maestros que, en silencio, observan desde las paredes del lugar.
MENTES MIRANDO HACIA VALDIVIA: Premios Nobel y el CECS
Quizás una de las características más notables del CECS es el vínculo que logra mantener con algunas de las mentes científicas más importantes del planeta.
Sorprende ver cómo Claudio Bunster y los especialistas del centro valdiviano se manejan con extrema familiaridad cuando se trata de llamar y hablar con prestigiados investigadores mundiales.
Cuando Bunster llama y se contacta con la secretaria de un Premio Nobel instalado en Estados Unidos, no hay necesidad de esperar o de realizar nuevos llamados. Como si se tratara de una línea directa, al otro lado del teléfono emerge la voz de los científicos que suelen mantener diálogos cercanos y relajados con Bunster.
Frank Wilczek (Premio Nobel de Física 2004): desde el Centro de Física Teórica del MIT, el laureado investigador que puede visitar los lugares que desee, suele agendar a Valdivia en sus inviernos como destino de trabajo.
En el CECS le tienen una oficina que cobija al profesor en sus cerca de dos semanas de estadía.
"Me agrada el CECS porque está en un lugar pequeño, donde se puede trabajar con agrado y tranquilidad. Pero no sólo es eso, sino que cada vez que viajo a Valdivia me impresiona la relación que mantienen las distintas disciplinas en estudio y el entusiasmo de sus investigadores", dice Wilczek.
El Nobel de Física está convencido de los beneficios de mantener en países como Chile un centro de pensamiento científico como el CECS.
"Es inevitable que se produzca un efecto de imitación. Gente que trabaja en la frontera de la ciencia es factor de motivación para que otros también se interesen en la ciencia", asegura.
Thomas Cech (Premio Nobel de Química 1989): el científico del Howard Hughes Medical Institute está en una serie de conferencias con eruditos de varias partes del mundo en su personal y ya afamado centro de investigación llamado Janelias Farm, ubicado en Washington, pero igual se asoma al teléfono cuando su asistente le avisa que tiene un llamado desde el CECS de Valdivia.
Cech no ha estado nunca en Chile, pero un viaje a Argentina el próximo año lo tiene entusiasmado con la idea de poder conocer al fin el trabajo del CECS.
Pero no importa que nunca haya pisado el CECS: el hombre conoce a la perfección lo que pasa a más de 8 mil kilómetros de donde está.
"Estoy fascinado con la idea de poder visitar el CECS. Sé del coraje y el esfuerzo que realizan para efectuar estudios de primer nivel en sus tres áreas de investigación. Nosotros en el Howard Hughes Medical Institute hemos entregado algunas becas a científicos del CECS porque estamos claros del nivel de sus trabajos y porque es importante que en Chile sean capaces de reconocer el trabajo que desarrollan", dice a la distancia.
Waleed Abdalati (encargado de la Nasa en los temas de criósfera): las fotografías que aparecen de él en internet apenas muestran su rostro en esas capas de vestimentas que lo acompañan en sus travesías por los lugares cubiertos de hielo del planeta.
No es Nobel, pero su labor es de una influencia política y científica enorme: descubrir a través del hielo planetario los cambios climáticos.
En 2002, Abdalati acompañó a investigadores del CECS en una travesía por la Antártica y está entusiasmado con la idea de seguir trabajando juntos.
"Ahí en Valdivia están desarrollando un trabajo espléndido respecto del cambio climático. Es un grupo pequeño, pero piensan en grande y hacen cosas grandes", es la alabanza que lanza desde Estados Unidos.
Rodrigo Barría Reyes, El Mercurio
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