Negocios políticamente corruptos
La escena comienza con el Sr. Humeau, empresario súper poderoso de una súper poderosa empresa francesa, dando instrucciones a su asistente personal camino al ascensor. Paso rápido y firme, cabeza en alto mirando por sobre el hombro a todo quien se cruzara por los pasillos de aquel lujoso edificio. En la planta baja, un giro inesperado: Un grupo de policías yendo a su encuentro con una orden de detención. Se inicia así la caída de un inescrupuloso empresario, acusado de sobornar a influyentes, financiar partidos políticos y hacer costosos regalos, a cargo de la empresa (pública) a su fiel amante. En La comedia del poder (L Ivresse du pouvoir ), Claude Chabrol retrata de manera exquisita tanto la embriaguez (Ivresse) que el mismo provoca, como las formas y vínculos entre negocios sucios y alta política.
Aristóteles, hace 2500 años, advertía que la esencia de la corrupción consistía en poner las atribuciones de un cargo público al servicio de los intereses privados.
En "La política como vocación", una célebre conferencia dictada en 1918 en la Universidad de Münich, Max Weber definía al hombre con vocación de político como un hombre que conoce los resortes del poder y sabe usarlos eficazmente para trasformar la sociedad de acuerdo con su visión.
Adam Smith en su inmortal "Riqueza de las Naciones" (1776), exponía que al buscar su interés privado, el empresario termina fomentando el bien público, ofreciendo los bienes y servicios que hacen más cómodas y agradables nuestras vidas.
Un mundo ¨ideal¨: El político usando los resortes del poder para transformar (mejorar) la sociedad y el empresario ofreciendo bienes y servicios que harán más agradables nuestras vidas.
Sin embargo cuando cruzamos estos ejes, la cuestión se complica. El empresario que ingresa a la política. En su papel de empresario, procurando su interés privado, en su papel de político, intentando transformar (mejorar?) la sociedad. El filósofo francés Jean-Jacques Rousseau se preguntaba en el siglo XVIII. ¿Puede conciliarse el rol de empresario (perseguidor de su propio interés por antonomasia) con la función pública, que debe apuntar al interés general?
En el siglo XXI, algunos escándalos resonantes nos sugieren que el debate sigue tan encendido como siempre. A Dick Cheney, vicepresidente de los Estados Unidos y ex CEO de la energética Halliburton, se lo acusa de haber apoyado la invasión norteamericana a Irak para que su empresa reciba jugosos contratos petroleros.
El ex Primer Ministro italiano y magnate de los medios, Silvio Berlusconi, es otro caso de confusos límites entre actividad pública y privada. Podríamos seguir con una larga lista de ejemplos.
Los empresarios que ingresan a la política generalmente estructuran su discurso sobre dos argumentos. Por un lado resaltan los conocimientos y las habilidades directivas que les permitieron concebir exitosas empresas. La palabra administrar se eleva en ese discurso a la categoría de ¨conocimiento sofisticado y exclusivo¨. Saber utilizar recursos escasos con fines alternativos, motivar personas, fijar objetivos, formular estrategias, elaborar e implementar planes de acción son atributos que ¨deberían ser aprovechados (y agradecidos)¨ por la sociedad.
El otro argumento esgrimido es que ingresar a la política desde una posición económica acomodada elimina la tentación de hacer negocios aprovechándose del poder de la nueva posición.
Sin lugar a dudas son argumentos falaces y tramposos, hasta es posible que hayan caído en desuso por poco efectivo. Sin embargo, el dilema planteado por Rousseau sigue abierto. Puesto en otros términos: ¿Algunos empresarios con conductas "non sanctas" pueden descalificar a miles de empresarios honestos?
Quizás, tal y como lo advertía Max Weber en aquella misma conferencia de 1918, lo relevante sea que el hombre con vocación de político ¨viva de y para la política". Agrego: ya sea artista, abogado, sacerdote o empresario.
Manuel Sbdar
Aristóteles, hace 2500 años, advertía que la esencia de la corrupción consistía en poner las atribuciones de un cargo público al servicio de los intereses privados.
En "La política como vocación", una célebre conferencia dictada en 1918 en la Universidad de Münich, Max Weber definía al hombre con vocación de político como un hombre que conoce los resortes del poder y sabe usarlos eficazmente para trasformar la sociedad de acuerdo con su visión.
Adam Smith en su inmortal "Riqueza de las Naciones" (1776), exponía que al buscar su interés privado, el empresario termina fomentando el bien público, ofreciendo los bienes y servicios que hacen más cómodas y agradables nuestras vidas.
Un mundo ¨ideal¨: El político usando los resortes del poder para transformar (mejorar) la sociedad y el empresario ofreciendo bienes y servicios que harán más agradables nuestras vidas.
Sin embargo cuando cruzamos estos ejes, la cuestión se complica. El empresario que ingresa a la política. En su papel de empresario, procurando su interés privado, en su papel de político, intentando transformar (mejorar?) la sociedad. El filósofo francés Jean-Jacques Rousseau se preguntaba en el siglo XVIII. ¿Puede conciliarse el rol de empresario (perseguidor de su propio interés por antonomasia) con la función pública, que debe apuntar al interés general?
En el siglo XXI, algunos escándalos resonantes nos sugieren que el debate sigue tan encendido como siempre. A Dick Cheney, vicepresidente de los Estados Unidos y ex CEO de la energética Halliburton, se lo acusa de haber apoyado la invasión norteamericana a Irak para que su empresa reciba jugosos contratos petroleros.
El ex Primer Ministro italiano y magnate de los medios, Silvio Berlusconi, es otro caso de confusos límites entre actividad pública y privada. Podríamos seguir con una larga lista de ejemplos.
Los empresarios que ingresan a la política generalmente estructuran su discurso sobre dos argumentos. Por un lado resaltan los conocimientos y las habilidades directivas que les permitieron concebir exitosas empresas. La palabra administrar se eleva en ese discurso a la categoría de ¨conocimiento sofisticado y exclusivo¨. Saber utilizar recursos escasos con fines alternativos, motivar personas, fijar objetivos, formular estrategias, elaborar e implementar planes de acción son atributos que ¨deberían ser aprovechados (y agradecidos)¨ por la sociedad.
El otro argumento esgrimido es que ingresar a la política desde una posición económica acomodada elimina la tentación de hacer negocios aprovechándose del poder de la nueva posición.
Sin lugar a dudas son argumentos falaces y tramposos, hasta es posible que hayan caído en desuso por poco efectivo. Sin embargo, el dilema planteado por Rousseau sigue abierto. Puesto en otros términos: ¿Algunos empresarios con conductas "non sanctas" pueden descalificar a miles de empresarios honestos?
Quizás, tal y como lo advertía Max Weber en aquella misma conferencia de 1918, lo relevante sea que el hombre con vocación de político ¨viva de y para la política". Agrego: ya sea artista, abogado, sacerdote o empresario.
Manuel Sbdar
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