La babosa, la tortuga y el esqueleto
Me invitaron a hablar a un grupo de profesores sobre: "La iglesia Católica y el Chile de hoy". Pensé en cómo poder explicar las distintas actitudes que tenemos los católicos frente al mundo globalizado en que estamos viviendo. Quienes me habían invitado me preguntaron si necesitaría para mi exposición algún tipo de medio audiovisual. Les respondí que sí, pero que lo que necesitaba no era un medio tradicional, por lo que les agradecería mucho si me podían tener una babosa, una tortuga y un esqueleto. Ellos diligentemente sacaron una babosa del jardín, le pidieron la tortuga a un alumno que la tenía de mascota, y del laboratorio de biología consiguieron una réplica del esqueleto humano.
Llegué a la charla, y en un mesón dispuesto entre el público y yo estaba la babosa en un frasco, la tortuga en su cajita y el esqueleto en un atril. La mezcla entre expectación y desconcierto de quienes me miraban era palpable. Comencé con la babosa que, al sacarla del frasco, se extendía, contraía y contorsionaba en la palma de mi mano. Mostrándose sin ninguna forma definida, se adaptaba completamente a la superficie de mi mano, como rato antes lo había hecho con las formas del frasco. Así me fue fácil explicar esa actitud acomodaticia e ingenua de aquellos a los que todo les da lo mismo. La actitud de quienes creen que ser moderno significa ser como la babosa, sin principios ni valores, adaptándose a todo lo que esté de moda.
Luego saqué de la caja la tortuga, que inmediatamente guardó su cabeza y sus piernas en su concha. Así, parapetada en su caparazón, se pudo sentir segura en una mano que ella presumió hostil. Era evidente ver reflejada en ella a aquellos católicos que piensan que la doctrina está para protegerlos y defenderlos del mundo, como el caparazón de una tortuga. Que refugiados en el caparazón se salvarán. Así, quienes viven la misma doctrina pero desde otra óptica, o quienes piensan distinto, serían sospechosos o "relativistas" y pertenecerían a los que están fuera del caparazón. Sintiéndose merecedores creen que el Señor vino sólo para ellos. Tal vez lo mismo pensaron quienes acusaron a Jesús de blasfemo, pues Él rebasaba el seguro y estrecho ámbito del caparazón y dialogaba con todos, entonces se les hacía peligroso.
Ante la expectación del auditorio dejé sobre la mesa la tortuga. Tomando el esqueleto, expliqué que la solidez de su estructura ósea era semejante a la solidez de la doctrina católica cuando era asimilada con inteligencia y profundidad. Que mientras más firmes estuviéramos adheridos a ella, más podríamos extender nuestras extremidades, y caminando por el mundo podríamos dialogar con las diversas culturas y abrazar lo humano que contienen. Justamente la solidez de nuestra doctrina es lo que nos permite crecer, tener libertad de movimiento y avanzar. La doctrina católica no debe ser una frontera del pensamiento, sino su esqueleto. Entonces no hay que confundir pluralismo con ambigüedad, como lo hacía la babosa. Ni tampoco hay que mirar el mundo parapetados como una tortuga, entendiendo la doctrina como un corsé que me hace temeroso de lo nuevo y diverso. Terminé mi didáctica charla, entonces la babosa volvió a la tierra, la tortuga a su dueño y, paradójicamente, al único que volvieron a guardar en un armario, fue al esqueleto.
Felipe Berríos, SJ.
Llegué a la charla, y en un mesón dispuesto entre el público y yo estaba la babosa en un frasco, la tortuga en su cajita y el esqueleto en un atril. La mezcla entre expectación y desconcierto de quienes me miraban era palpable. Comencé con la babosa que, al sacarla del frasco, se extendía, contraía y contorsionaba en la palma de mi mano. Mostrándose sin ninguna forma definida, se adaptaba completamente a la superficie de mi mano, como rato antes lo había hecho con las formas del frasco. Así me fue fácil explicar esa actitud acomodaticia e ingenua de aquellos a los que todo les da lo mismo. La actitud de quienes creen que ser moderno significa ser como la babosa, sin principios ni valores, adaptándose a todo lo que esté de moda.
Luego saqué de la caja la tortuga, que inmediatamente guardó su cabeza y sus piernas en su concha. Así, parapetada en su caparazón, se pudo sentir segura en una mano que ella presumió hostil. Era evidente ver reflejada en ella a aquellos católicos que piensan que la doctrina está para protegerlos y defenderlos del mundo, como el caparazón de una tortuga. Que refugiados en el caparazón se salvarán. Así, quienes viven la misma doctrina pero desde otra óptica, o quienes piensan distinto, serían sospechosos o "relativistas" y pertenecerían a los que están fuera del caparazón. Sintiéndose merecedores creen que el Señor vino sólo para ellos. Tal vez lo mismo pensaron quienes acusaron a Jesús de blasfemo, pues Él rebasaba el seguro y estrecho ámbito del caparazón y dialogaba con todos, entonces se les hacía peligroso.
Ante la expectación del auditorio dejé sobre la mesa la tortuga. Tomando el esqueleto, expliqué que la solidez de su estructura ósea era semejante a la solidez de la doctrina católica cuando era asimilada con inteligencia y profundidad. Que mientras más firmes estuviéramos adheridos a ella, más podríamos extender nuestras extremidades, y caminando por el mundo podríamos dialogar con las diversas culturas y abrazar lo humano que contienen. Justamente la solidez de nuestra doctrina es lo que nos permite crecer, tener libertad de movimiento y avanzar. La doctrina católica no debe ser una frontera del pensamiento, sino su esqueleto. Entonces no hay que confundir pluralismo con ambigüedad, como lo hacía la babosa. Ni tampoco hay que mirar el mundo parapetados como una tortuga, entendiendo la doctrina como un corsé que me hace temeroso de lo nuevo y diverso. Terminé mi didáctica charla, entonces la babosa volvió a la tierra, la tortuga a su dueño y, paradójicamente, al único que volvieron a guardar en un armario, fue al esqueleto.
Felipe Berríos, SJ.
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