Juan Pablo II y Augusto Pinochet: historia de su reunión secreta
Corría el 20 de febrero de 1987 y faltaban 40 días para que el Papa Juan Pablo II iniciara su visita de una semana a Chile. En La Moneda, una reunión encabezada por el entonces Presidente Augusto Pinochet y el nuncio apostólico Angelo Sodano, en la que también participaban los equipos del gobierno y la Iglesia encargados de coordinar la visita del Sumo Pontífice, terminaba con los agradecimientos de Sodano al general por la colaboración que había prestado para el éxito de esta empresa.
La respuesta de Pinochet dejaría a Sodano y al resto de los presentes de una pieza: "¿Si están tan agradecidos, por qué no me han invitado a la misa que hará Su Santidad en población La Bandera, si yo soy además la máxima autoridad del país?".
Pese a que el nuncio le respondió diplomáticamente que no lo habían hecho para evitarle algún bochorno frente a eventuales manifestaciones en su contra, que además podrían comprometer la seguridad de los presentes, un sentido Pinochet cerró la conversación reiterando su desazón por este hecho.
Sin embargo, como recuerda un estrecho asesor del fallecido militar, mientras abandonaban el salón, Pinochet se dio vuelta y, esbozando una sonrisa, le confidenció en voz baja: "No saben nada la que les voy a hacer: voy a sacar al Papa al balcón de La Moneda", cerrando la frase con un guiño de complicidad.
Sería su particular manera de ajustar cuentas a manera de desagravio. Luego de la mediación papal por el Conflicto del Beagle, fue a mediados de 1982 cuando en la Conferencia Episcopal se comenzó a hablar de una posible visita de Juan Pablo II a Chile. Entonces todo era especulaciones, salvo por un dato clave: la gira debía ser organizada por la Iglesia y no por el gobierno de Augusto Pinochet, dada su condición de visita pastoral y no de Estado. Lo que menos quería la Iglesia es que se interpretara como un apoyo del Papa a una dictadura que era repudiada mundialmente.
Esperando a Wojtyla
Tuvieron que pasar más de tres años para que a fines de 1985 hubiese certeza acerca del viaje. De inmediato se formó la Comisión Organizadora de la Conferencia Episcopal -encabezada por el arzobispo Francisco José Cox, e integrada también por Alberto Etchegaray, Ignacio Rodríguez y Cristián Precht- para preparar cada detalle del viaje: desde el financiamiento para la estadía hasta el contenido de los 32 discursos de Juan Pablo II. Y, paralelamente, evitar cualquier problema con el régimen militar.
Pero los roces se comenzaron a suscitar desde el comienzo.
A ojos de Pinochet, la visita protocolar que haría Juan Pablo II a La Moneda -programada para las ocho de la mañana del 2 de abril- era una maniobra de la Iglesia local para que pasara lo más inadvertida posible. Asimismo, hasta último momento solicitó que el Sumo Pontífice abandonara Chile desde Pudahuel y no desde Antofagasta, como finalmente sucedió, con el fin de despedirse de él.
De hecho, a principios de 1987, el entonces ministro secretario general de Gobierno, Francisco Javier Cuadra, había citado a su oficina en La Moneda al director de Organizaciones Civiles, teniente coronel Hernán Núñez, para asignarle la misión de organizar la adhesión popular en todos aquellos lugares en los cuales estaría presente Pinochet. "Tienes amplia libertad de acción. Y lo más importante, no te metas con la organización que prepara la Iglesia", le ordenó textualmente. De hecho, Núñez asegura que la orientación de Pinochet era clara: "No podía existir ninguna descoordinación ni roce con la Comisión Organizadora de la Conferencia Episcopal, para lo cual se nombró al teniente coronel Luis Clavel como oficial de enlace del gobierno con dicha comisión".
Como adelantó "El Mercurio" el domingo pasado, el secretario privado de Karol Wojtyla, Estanislao Dziwisz, asegura en un reciente libro publicado en Italia que el Papa fue "obligado" a asomarse al balcón de La Moneda.
Si Pinochet pidió y tuvo ayuda para ejecutar su plan, hasta hoy es un asunto que se mueve en un área nebulosa y de declaraciones encontradas.
El entonces jefe de la Casa Militar, el general (r) Guillermo Garín -quien estuvo siempre a un metro de Pinochet en La Moneda durante la visita del Papa, salvo durante la entrevista privada-, descarta una estrategia previa para asomarlo a la Plaza de la Constitución, así como el rol que se le asigna al actual senador Pablo Longueira, en el mismo hecho.
Un plan simple
Lo cierto es que tanto Núñez como un comité presidido por Garín para planificar los diversos escenarios y, de manera especial, la visita Papal a La Moneda concluyeron que dada la hora del encuentro, era difícil que llegara mucha gente de manera espontánea a los alrededores del Palacio. Por eso se mandaron a imprimir 11 mil tarjetas de invitación para concurrir a la Plaza de la Constitución, ya que además el gobierno manejaba antecedentes de que elementos de izquierda causarían disturbios para entorpecer la actividad oficial.
La cita era a las 5:30 de la madrugada y los primeros invitados comenzaron a arribar a las cuatro de la mañana a las afueras del Palacio. Lo mismo sucedía en su interior, en el Patio de los Naranjos y en el de los Cañones.
A las 8:10 de la mañana, Juan Pablo II ingresó al Palacio por calle Moneda. Acompañado por el cardenal Juan Francisco Fresno, el secretario de Estado Vaticano Agostino Casaroli y Angelo Sodano, el Papa subió al segundo piso, donde lo esperaba Pinochet, el ministro del Interior, Ricardo García, y Garín.
Las ventanas del salón estaban abiertas y se escuchaba el ruido de la multitud animada por un locutor radial instalado en el Ministerio de Hacienda desde las 6 de la mañana. Después de los saludos, Pinochet invitó al ilustre visitante a pasar a la sala de audiencias. Pero mientras caminaban frente al último de los balcones del salón, le preguntó si le gustaría saludar a la gente apostada en la plaza.
"En las reuniones de coordinación se había resuelto que si el Papa salía al balcón lo haría acompañado del Presidente, en su calidad de dueño de casa. Pero con una salvedad. Nunca al mismo nivel, sino que Pinochet siempre estaría un paso atrás", asegura Núñez.
El plan se había concretado.El encuentro a solas entre Pinochet y el Papa estaba agendado en 20 minutos. Estuvieron 42. En la sala de Edecanes contigua, Dziwisz y Garín esperaban. Pasados los 20 minutos, Dziwisz se paseaba como un león y, golpeando el reloj, le hacía ver su molestia al general, porque se prolongaba más de lo acordado y quería que se interrumpiera la reunión.
Pero Garín permaneció impertérrito y dijo: "Al Presidente no se le interrumpe. Esta puerta sólo se abre por dentro".
De lo humano y lo divino
Los testigos de la visita coinciden en que ni el Papa ni Pinochet contaron en detalle lo que conversaron. Tiempo después el general le revelaría parte de esa conversación a Cuadra: por un lado, abordaron la situación política chilena. A Juan Pablo II le preocupaba especialmente que la transición a la democracia se realizara sin violencia. También abordaron el concepto de dictadura y los matices que, según el entonces Mandatario, existían sobre ella.
Pero en segundo lugar charlaron sobre un tema que por entonces había comenzado a obsesionar a Pinochet: la espiritualidad. "Él le habló al Papa sobre su visión de la vida y sus inquietudes religiosas. Ese verano había leído dos libros que trataban esto, uno de San Juan Evangelista y otro sobre la Santísima Trinidad", rememora el ex ministro.
Sobre una supuesta petición del Papa para abandonar el poder, Guillermo Garín lo considera prácticamente imposible. "Tengo la certeza de que eso no ocurrió. Terminada la audiencia le pregunté al Presidente cómo había resultado la entrevista. Muy tranquilo y sonriente me contestó 'muy bien'. Si hubiesen tratado temas sensibles como ése, su actitud habría sido otra. Lo habría notado", explica.
Terminada la entrevista, Pinochet paseó al Pontífice por un salón donde estaban sus ministros y colaboradores más cercanos, por los patios de los Cañones y de los Naranjos -ambos colmados de gente- y se dio tiempo de llevarlo a conocer la capilla de La Moneda, donde el Papa aprovechó de orar.
La visita se había extendido por más del doble del tiempo establecido. Sin embargo, Pinochet quería más.
Comunicación frustrada
"Él deseaba reunirse con el Papa en un salón VIP del aeropuerto de Antofagasta", recuerda Alberto Etchegaray, que entonces era parte de la Comisión Organizadora de la Iglesia. El último día de la visita papal, Pinochet viajó a la Segunda Región con la intención de tener un último encuentro privado con él, pero sus intenciones fueron frustradas por religiosos, civiles y periodistas, quienes llenaron la sala donde el militar pretendía despedirse íntimamente del Pontífice.
Apenas hubo un discurso de despedida y una comunicación frustrada de la que sólo hoy se tiene noticia. Garín revela que cuando el avión ya volaba rumbo a Argentina, el Papa quiso comunicarse con Pinochet a través de un walkie-talkie, pero por dificultades técnicas no se pudo concretar el llamado.
Un mes más tarde, Pinochet volvería a tener noticias del Sumo Pontífice, cuando éste le envió una carta de agradecimiento por el trato recibido durante la visita. En los meses siguientes, los contactos se diluirían, salvo por una promesa que quedaría pactada antes del plebiscito de 1988: el Papa sería una de las primeras personas en enterarse del triunfo del "No". Antes, incluso, que los propios chilenos.
VÍSPERAS DEL PLEBISCITO DE 1988:
El intenso intercambio de mensajes Santiago-Roma
En noviembre de 1987, Francisco Javier Cuadra presentó sus cartas credenciales como embajador en el Vaticano, luego de haber salido del gabinete en julio.
En esa ocasión volvía a encontrarse con el Papa, tras la visita que había realizado en abril a Chile, con quien -después de los discursos protocolares- pudo conversar durante 30 minutos.
Ahí, le pidió al joven diplomático que le transmitiera a Pinochet que, tal como lo habían conversado en Santiago, "la transición fuese hecha sin violencia". Para él, la pacífica transición española era un ejemplo que le parecía interesante de seguir.
La preocupación y el seguimiento más cotidiano del Vaticano sobre la situación política chilena de cara al plebiscito la llevaría un viejo conocido del régimen militar y el propio Cuadra. Angelo Sodano había abandonado la Nunciatura en Chile a comienzos de 1988 para reemplazar a Casaroli como secretario de Estado. En Roma, el embajador chileno era uno de los pocos que lo conocían de antemano, por lo que mantendrían un fluido diálogo en los meses siguientes.
En junio de 1988, Pinochet llamó a Cuadra para confirmarle el itinerario previsto para el referéndum y solicitarle que viajara de inmediato a Santiago para que lo acompañara en el inicio de la campaña.
Antes de partir, Cuadra telefoneó a Sodano para notificarle de su partida. La ocasión fue aprovechada por el prelado para transmitirle la preocupación del Papa por informaciones provenientes de Estados Unidos que apuntaban a que Pinochet no reconocería una eventual derrota en las urnas.
El diplomático le respondió que ni a Pinochet ni a Chile le convenía no aceptar los resultados, pero se comprometió a transmitir la preocupación vaticana a La Moneda y, además, comunicar directamente el resultado del plebiscito al Papa.
Cuadra aterrizaría en Pudahuel poco antes de que la Junta de Gobierno proclamara a Pinochet como candidato para seguir en la Presidencia por otros ocho años. El sábado previo al inicio de la propaganda televisiva, tomó el té con Pinochet y Lucía Hiriart en la residencia de Presidente Errázuriz.
Entre las 17 y las 20:15 horas, el embajador le dijo a Pinochet que, según las proyecciones que manejaba el propio gobierno, el "Sí" perdería el plebiscito.
"Pinochet no mostró mayor sorpresa. Me pidió que le fundamentara por qué iba a perder y qué medidas podrían adoptarse para corregir el rumbo. Yo le dije que se requerían medidas urgentes y drásticas, pero que por el corto tiempo que había era difícil llevarlas a cabo", sostiene.
La reunión implicaría el regreso anticipado de Cuadra al Vaticano.
Dos días después, almorzaba con el entonces subsecretario del Interior, Alberto Cardemil, cuando recibió la orden de comunicarse con el canciller Ricardo García. La razón era que debía volver inmediatamente a Roma. Sus opiniones pesimistas acerca del resultado del plebiscito habían molestado al círculo más cercano a Pinochet en La Moneda.
Antes de partir a Europa, Cuadra fue a La Moneda para despedirse de Pinochet, quien le dijo que lamentaba su partida: "Así es la política, pero esto no afecta en nada mi relación con usted", comentó el general.
Entonces, Cuadra le pidió autorización para informarle a Sodano el resultado de la consulta lo antes posible, para que el Papa se enterara por esa vía y no por la prensa.
La noche del 5 de octubre, los militares a cargo de la Secretaría General de la Presidencia fueron los primeros en comunicarle a Pinochet de la derrota en el búnker ubicado en el subterráneo de La Moneda.
A las 23:30 horas, cuando eran las 5:30 de la mañana en Italia, Cuadra fue informado y de inmediato telefoneó a Sodano para transmitirle que el "No" había ganado, por lo menos un par de horas antes de que Cardemil lo anunciara por cadena nacional de televisión.
En las dependencias pontificias, Sodano abordó a Juan Pablo II cuando éste se aprestaba a desayunar y le relató la noticia. De regreso, el ex Nuncio enviaría los agradecimientos del Papa a Pinochet por el doble gesto de haberle informado directamente y, más importante aún, reconocer la derrota.
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