James Watt, a todo vapor
El hijo de un pobre carpintero sentó las bases de la Revolución Industrial. Tras la muerte de su madre y agobiado por la miseria, Watt partió en 1754 a Glasgow para aprender el oficio de constructor de instrumentos de precisión. Su gran habilidad para las matemáticas pronto le valió el nombramiento como profesor universitario. Allí, comenzó a investigar el incipiente negocio de la fabricación de máquinas de vapor.
Con el tiempo, sus esfuerzos rindieron frutos. Watt inventó un prototipo que reducía el uso de combustible, aplicando la presión del vapor para mover el pistón de un cilindro. El nuevo modelo multiplicaba la generación de fuerza con un mínimo gasto de energía. Watt todavía no lo sabía pero estaba sentando las bases de la industria moderna.
El formidable éxito de su prototipo se expandió velozmente a Londres, Manchester y Birmingham, donde ya comenzaban a experimentarse las primeras chispas de la Revolución Industrial. El invento no tardó en cruzar el canal de la Mancha, llegó a París, donde se lo aplicó al bombeo de agua del Sena y se expandió en todo el viejo continente.
La eficiente máquina de Watt revolucionó la minería y las comunicaciones. Hacia 1830, ya se estimaba que había unas 10.000 unidades en toda Inglaterra. El inventor recibió distinciones de la Real Sociedad de Londres y la Academia de Ciencias de Francia.
Sin embargo, la estatua de bronce no fue lo único que obtuvo por su invento. La máquina de vapor también lo hizo inmensamente rico. Con su socio, Matthew Boulton, fabricaron y distribuyeron equipos a lo largo y ancho de Europa.
Hacia su muerte en Birmingham en 1819, este hijo de un humilde carpintero había llegado a la cumbre de la riqueza y el reconocimiento profesional. Hasta la masificación de la energía eléctrica a principios del siglo XX, su genial invento marcaría la vida económica de los tiempos de la Revolución Industrial. Clarin.
Con el tiempo, sus esfuerzos rindieron frutos. Watt inventó un prototipo que reducía el uso de combustible, aplicando la presión del vapor para mover el pistón de un cilindro. El nuevo modelo multiplicaba la generación de fuerza con un mínimo gasto de energía. Watt todavía no lo sabía pero estaba sentando las bases de la industria moderna.
El formidable éxito de su prototipo se expandió velozmente a Londres, Manchester y Birmingham, donde ya comenzaban a experimentarse las primeras chispas de la Revolución Industrial. El invento no tardó en cruzar el canal de la Mancha, llegó a París, donde se lo aplicó al bombeo de agua del Sena y se expandió en todo el viejo continente.
La eficiente máquina de Watt revolucionó la minería y las comunicaciones. Hacia 1830, ya se estimaba que había unas 10.000 unidades en toda Inglaterra. El inventor recibió distinciones de la Real Sociedad de Londres y la Academia de Ciencias de Francia.
Sin embargo, la estatua de bronce no fue lo único que obtuvo por su invento. La máquina de vapor también lo hizo inmensamente rico. Con su socio, Matthew Boulton, fabricaron y distribuyeron equipos a lo largo y ancho de Europa.
Hacia su muerte en Birmingham en 1819, este hijo de un humilde carpintero había llegado a la cumbre de la riqueza y el reconocimiento profesional. Hasta la masificación de la energía eléctrica a principios del siglo XX, su genial invento marcaría la vida económica de los tiempos de la Revolución Industrial. Clarin.
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