Mujeres que triunfan en universidades norteamericanas
Verónica Cortínez, profesora titular vitalicia de la Universidad de California en Los Angeles (UCLA). "Estados Unidos se roba a todos los mejores"
Cuando niña, Verónica Cortínez (48 años) tenía un sueño: seguir el ejemplo de su padre, el poeta y profesor de literatura Carlos Cortínez, y estudiar en Harvard. "Me acuerdo que hice una apuesta con mi hermano mayor. Él me dijo: es imposible que entres y yo le aposté que sí". Así fue. En 1979, al terminar su Licenciatura en Letras en la Universidad de Chile, se consiguió una beca de la prestigiosa institución y partió a Boston, donde hizo una maestría y un doctorado en Lenguas Románicas. Nunca más volvió. "Me gradué, entré a enseñar a la Universidad de California y ahí me quedé. Sin darte cuenta empiezas a motivarte y a participar del mundo que ahí se te ofrece", explica la académica, quien dirige además el programa de intercambio de la Universidad de California en Chile.
Verónica recuerda con claridad su llegada a Harvard. Asegura que no fue fácil, pero que ella rápidamente se sintió a gusto: se hizo un grupo de amigos chilenos muy unido, entre los que estaban Eduardo Engel, Roberto Castillo y Vivian Heyl. También ayudó que el ambiente fuese muy diverso y variado. "Todos los que entran a Harvard han sido los mejores en sus respectivos lugares, entonces el primer mes es una sensación rara. Me acuerdo que un compañero mío de matemática decía: Llegué acá por equivocación; todos los demás son genios, menos yo. ¿Cómo escondo que no soy tan bueno e inteligente? Pero yo no sentí eso. Me sentí muy acogida y estaba muy bien preparada". Por eso, Verónica dice no haber sufrido a pesar de la presión por excelencia que sentía. Cuenta que una vez la llamó un amigo que estaba de pasada en Estados Unidos y ella no aceptó tomarse un café con él porque tenía que preparar un examen para un año y medio después.
Esa presión, Verónica también la sintió una vez graduada y contratada para hacer clases en UCLA. "Lo más difícil es que tus primeros seis años en la academia están enfocados en conseguir el tenure (es decir un título de profesora vitalicia), porque si no lo logras, te quedas con un estigma", explica. Ella no sólo obtuvo el tenure, sino que además, el año 1998 se ganó el premio al mejor profesor de UCLA, un reconocimiento generalmente reservado para docentes mayores.
Esa distinción fue la oportunidad para ella de reflexionar sobre su trayectoria ejemplar. "Crecí en una familia que nunca se puso límites. A mi abuelo, le decían "el loco Cortínez" y hasta lo metieron preso por las osadas acrobacias aéreas que hacía. Tenía una avioneta y se metía por debajo de los puentes o le escribía con letras de humo a Alessandri. Mi mamá, Matilde Roma, a quien Neruda le escribió un poema titulado Para la Otra Matilde, creó una escuela de ballet clásico en Valdivia y ¡montó el Lago de los Cisnes en medio del río Calle Calle! Además, mi papá se fue a sacar un doctorado en Literatura en Estados Unidos y mi mamá se quedó criando a cuatro hijos sola. Ahora pienso que por eso, para mí ser mujer significaba poder hacer lo que uno quería. Nunca supe de ningún límite", dice.
Sí supo de costos. Aunque Verónica prefiera no llamarlos así. "No me casé ni tuve hijos y me dediqué a mi carrera. Pero lo veo como una elección, porque en Estados Unidos, a ese nivel, es muy difícil tener familia. La suerte que tengo es que elegí lo que me apasiona".
Susana Mondschein, profesora de la Escuela de Negocios de la Universidad de Yale. "Somos privilegiados"
La primera vez que estuvo en Estados Unidos fue a comienzo de los '90. Estaba recién casada con el economista Eduardo Engel y se fueron a Boston, donde ella estudió un doctorado en Gestión de Operaciones en el Massachussetts Institute of Technology (MIT). Hoy, la pareja (y sus dos hijos) está fuera de nuevo, pero esta vez en Yale, donde Eduardo es profesor y Susana (43 años) dicta cursos a alumnos de doctorado. "Pasamos 8 años en Chile, donde me integré al Departamento de Ingeniería Industrial de la Universidad de Chile. Decidimos trasladarnos nuevamente, para aceptar las ofertas de trabajo que nos hizo Yale", explica Susana. "Dedicarse a la universidad es más fácil en Estados Unidos, porque hay más recursos y una valoración de la labor de docencia universitaria y la investigación".
Al llegar, esta académica se encontró frente al doble desafío de enseñar por primera vez en inglés y a alumnos de muy alto nivel, pero asegura que la adaptación a su nueva vida profesional fue menos complicada que otros aspectos del traslado. "Llevábamos apenas un mes en Yale cuando sucedió el ataque a las Torres Gemelas. Los meses que siguieron fueron muy difíciles. Todo el mundo andaba deprimido, había mucha paranoia y mucha ansiedad: que venía un ataque de ántrax, que podían contaminar el agua, que había riesgo de una epidemia de rubeola. Más de una vez me pregunté: ¿Qué diablos hago aquí? Me había venido a Estados Unidos porque esperaba una experiencia de vida interesante y de un día para otro este país cambió".
Hoy, sin embargo, la familia se siente a gusto en ese país. "Al poco tiempo de llegar me invitaron a integrarme a un grupo de mujeres que habla español. Allí conocí a varias buenas amigas y me di cuenta de que tener en común el idioma materno es importante. También, todos los 18 de septiembre organizamos un gran asado para toda la comunidad chilena de Yale. Vienen más de 40 personas, incluyendo alumnos que tuve en Chile y que viven en Boston y Nueva York. De Chile me traigo de todo, negritas, superochos, pisco, y hasta mote con huesillos. Incluso, este año trajimos tejos para jugar rayuela. Viviendo en Chile, nunca había celebrado el 18 con tanta intensidad", cuenta Susana.
Cuando hace el balance, siente que irse a Estados Unidos le ha traído muchas ventajas. Y no sólo profesionales. Asegura sentirse privilegiada por poder criar a sus hijos no sólo como bilingües, sino que biculturales. Espera, no obstante, volver dentro de un tiempo razonable a Chile. "Siempre pensé que nuestra estadía en Estados Unidos duraría entre cinco y diez años. Me gustaría que mis niños vivan su vida adolescente y adulta en Chile. Pero nunca se sabe las sorpresas que trae el destino".
Silvia Borzutzky, directora del programa de Ciencias Políticas de la Universidad de Carnegie Mellon. "Siento que llegué al tope de mi carrera"
Hace más de 20 años que Silvia Borzutzky (59 años) y su marido médico tomaron la decisión de hacer su vida en Estados Unidos. Por eso, a principio de los '80, nueve años después de instalarse allá, adoptaron la nacionalidad estadounidense. "Las opciones estaban muy claras para nosotros. La situación en Chile en esa época no nos gustaba y aquí se nos presentaron a los dos muy buenas oportunidades", explica.
Abogada de la Universidad de Chile, en 1971 Silvia se fue con su marido a Estados Unidos con la idea de perfeccionar su formación allá. Después de pasar un año en Nueva York, partieron a la Universidad de Pittsburgh donde ella entró a hacer un doctorado en Ciencias Políticas. Allí descubrió un mundo que haría suyo para siempre: la Academia. "Desde que me acuerdo, yo quise estudiar Ciencias Políticas, pero en Chile no había muchas oportunidades de hacerlo en los '60. Entonces, cuando tuve la oportunidad de hacerlo aquí fue la realización de mis sueños", comenta esta docente, quien aprovechó esos años de estudiante para criar a sus dos hijos de hoy 36 y 32 años.
Al terminar sus estudios la contrataron en la misma universidad para hacer clases, y trabajar como asistente del director del Centro de Estudios Internacionales. Desde entonces, ha dado clases en materias tan variadas como política exterior, globalización o derechos humanos y hace 15 años decidió dedicarse exclusivamente a la docencia aceptando un cargo de profesora en la Carnegie Mellon University, donde recibió una distinción por su docencia y su "servicio educativo".
Asegura que en todos estos años nunca sintió discriminación por ser extranjera o mujer. Está convencida, además, de que tuvo más posibilidades de desarrollo allá. "Yo nunca probé el mercado chileno, pero me parece que tengo más oportunidades aquí. El mundo académico es mucho más grande; hay mucho más trabajo", dice. Insertarse en la elite universitaria estadounidense, sin embargo, fue todo un desafío. "Es un ambiente muy elitista. Es difícil al principio incorporarse, hacerse reconocer y que valoricen el trabajo que estás haciendo. Por ejemplo, es bien importante publicar en revistas especializadas, pero te demoras un buen tiempo en lograrlo, porque la tendencia es a publicar cosas de gente con renombre. Al principio yo me sentía decepcionada y frustrada; sentía que no lograba que mis pensamientos fueran reconocidos y aceptados por la comunidad intelectual".
Lejos están esos tiempos. Silvia cuenta hoy con numerosas publicaciones en revistas prestigiadas, además de varios libros sobre Chile. Para el futuro, planea seguir con lo que está haciendo, porque lo disfruta mucho. "Siento que llegué al tope de mi carrera", concluye.
Maria Carkovic, directora del Programa de Comercio, Organizaciones y Tecnologías de la Universidad de Brown. "Aquí es más fácil ser una mujer e intelectual"
Tras 26 años en Estados Unidos, la mayoría de éstos en el mundo académico, Maria Carkovic (48 años) dice que su trayectoria le hace mucho sentido. "Mis padres son inicialmente profesores. Para ellos la educación siempre fue altamente valorada. Por lo tanto, nunca tuve dudas de que yo quería llegar lo más alto posible académicamente. Con eso se juntó una curiosidad inmensa por la tierras lejanas, por haber sido nieta de inmigrantes de Croacia y de Grecia", explica con simplicidad esta economista que se caracteriza por su gusto por los viajes.
Fueron éstos, de hecho, los que determinaron su vida. Mientras estudiaba Economía en la Universidad Católica, Maria pasó todos su veranos recorriendo América Latina con una amiga, y una vez titulada, se volvió a embarcar en un avión. Esta vez hacia el Viejo Continente. "Me fui primero a Europa, con un poco de ahorros y deseos de aprender inglés y trabajar. Quería ver el mundo", cuenta. Lo que no sabía entonces es que nunca más regresaría a vivir a Chile. Un año después de emprender su viaje recibió una oferta laboral que no pudo rechazar. "Me llegó la oportunidad de trabajar como asistente del director de Chile en el Fondo Monetario Internacional (FMI). Tenía 21 años y me fui a Washington".
Fue entonces que Maria entró por primera vez al mundo académico, como alumna. Dos años después de llegar a la capital de Estados Unidos se dio cuenta de que le faltaban conocimientos en Economía. Postuló y quedó en un doctorado de Economía en UCLA. Esa experiencia, dice, facilitó su integración en el país. "Son años súper intensos de actividad intelectual. Y hay un mundo listo de amistades, porque la gente con que estás todo el día es de tu edad y tiene un interés común", dice. Agrega además que siempre la han motivado los desafíos: "Para mí la aventura es parte de la vida y siempre me gustó ver lo distinto, ya sea en Madrid, Londres, Washington o Los Ángeles".
En UCLA, Maria conoció a su marido, un norteamericano, y con eso se cerraron las posibilidades de regresar. Al terminar su doctorado volvió al FMI y se desempeñó ahí 12 años hasta buscar opciones más flexibles para poder criar a sus dos niños, de hoy 15 y 12 años. Fue entonces, que volvió al mundo académico. Esta vez como docente. Enseñó en la Universidad de Virginia y luego en la de Minnesota. Hace un año, se cambió a Brown. En la Academia, se le abrió un mundo de oportunidades. "Me di cuenta cuán distinta es la educación acá y cuán creativa. Hay muchas posibilidades de hacer cosas y no sólo de absorber conocimiento. Uno puede crear y desarrollar proyectos. El programa que dirijo tiene un año no más y ya me fascina ver que tenemos un mundo hacia adelante, y que podemos ampliarlo, idear, crear", dice con entusiasmo. Maria cree también que en Estados Unidos le fue quizás más fácil desarrollarse profesionalmente de lo que habría sido en Chile. "Mi perspectiva es que aquí es mucho más fácil ser mujer que en Chile, cuando te interesa un trabajo intelectual. Chile es una sociedad muy machista. Mi marido es un partner al 100% , me apoya todo el tiempo cuando viajo y se hace cargo del hogar. Ese tipo de cosas no sé si se dan tanto en Chile".
Daniela Mohor W., El Mercurio
Cuando niña, Verónica Cortínez (48 años) tenía un sueño: seguir el ejemplo de su padre, el poeta y profesor de literatura Carlos Cortínez, y estudiar en Harvard. "Me acuerdo que hice una apuesta con mi hermano mayor. Él me dijo: es imposible que entres y yo le aposté que sí". Así fue. En 1979, al terminar su Licenciatura en Letras en la Universidad de Chile, se consiguió una beca de la prestigiosa institución y partió a Boston, donde hizo una maestría y un doctorado en Lenguas Románicas. Nunca más volvió. "Me gradué, entré a enseñar a la Universidad de California y ahí me quedé. Sin darte cuenta empiezas a motivarte y a participar del mundo que ahí se te ofrece", explica la académica, quien dirige además el programa de intercambio de la Universidad de California en Chile.
Verónica recuerda con claridad su llegada a Harvard. Asegura que no fue fácil, pero que ella rápidamente se sintió a gusto: se hizo un grupo de amigos chilenos muy unido, entre los que estaban Eduardo Engel, Roberto Castillo y Vivian Heyl. También ayudó que el ambiente fuese muy diverso y variado. "Todos los que entran a Harvard han sido los mejores en sus respectivos lugares, entonces el primer mes es una sensación rara. Me acuerdo que un compañero mío de matemática decía: Llegué acá por equivocación; todos los demás son genios, menos yo. ¿Cómo escondo que no soy tan bueno e inteligente? Pero yo no sentí eso. Me sentí muy acogida y estaba muy bien preparada". Por eso, Verónica dice no haber sufrido a pesar de la presión por excelencia que sentía. Cuenta que una vez la llamó un amigo que estaba de pasada en Estados Unidos y ella no aceptó tomarse un café con él porque tenía que preparar un examen para un año y medio después.
Esa presión, Verónica también la sintió una vez graduada y contratada para hacer clases en UCLA. "Lo más difícil es que tus primeros seis años en la academia están enfocados en conseguir el tenure (es decir un título de profesora vitalicia), porque si no lo logras, te quedas con un estigma", explica. Ella no sólo obtuvo el tenure, sino que además, el año 1998 se ganó el premio al mejor profesor de UCLA, un reconocimiento generalmente reservado para docentes mayores.
Esa distinción fue la oportunidad para ella de reflexionar sobre su trayectoria ejemplar. "Crecí en una familia que nunca se puso límites. A mi abuelo, le decían "el loco Cortínez" y hasta lo metieron preso por las osadas acrobacias aéreas que hacía. Tenía una avioneta y se metía por debajo de los puentes o le escribía con letras de humo a Alessandri. Mi mamá, Matilde Roma, a quien Neruda le escribió un poema titulado Para la Otra Matilde, creó una escuela de ballet clásico en Valdivia y ¡montó el Lago de los Cisnes en medio del río Calle Calle! Además, mi papá se fue a sacar un doctorado en Literatura en Estados Unidos y mi mamá se quedó criando a cuatro hijos sola. Ahora pienso que por eso, para mí ser mujer significaba poder hacer lo que uno quería. Nunca supe de ningún límite", dice.
Sí supo de costos. Aunque Verónica prefiera no llamarlos así. "No me casé ni tuve hijos y me dediqué a mi carrera. Pero lo veo como una elección, porque en Estados Unidos, a ese nivel, es muy difícil tener familia. La suerte que tengo es que elegí lo que me apasiona".
Susana Mondschein, profesora de la Escuela de Negocios de la Universidad de Yale. "Somos privilegiados"
La primera vez que estuvo en Estados Unidos fue a comienzo de los '90. Estaba recién casada con el economista Eduardo Engel y se fueron a Boston, donde ella estudió un doctorado en Gestión de Operaciones en el Massachussetts Institute of Technology (MIT). Hoy, la pareja (y sus dos hijos) está fuera de nuevo, pero esta vez en Yale, donde Eduardo es profesor y Susana (43 años) dicta cursos a alumnos de doctorado. "Pasamos 8 años en Chile, donde me integré al Departamento de Ingeniería Industrial de la Universidad de Chile. Decidimos trasladarnos nuevamente, para aceptar las ofertas de trabajo que nos hizo Yale", explica Susana. "Dedicarse a la universidad es más fácil en Estados Unidos, porque hay más recursos y una valoración de la labor de docencia universitaria y la investigación".
Al llegar, esta académica se encontró frente al doble desafío de enseñar por primera vez en inglés y a alumnos de muy alto nivel, pero asegura que la adaptación a su nueva vida profesional fue menos complicada que otros aspectos del traslado. "Llevábamos apenas un mes en Yale cuando sucedió el ataque a las Torres Gemelas. Los meses que siguieron fueron muy difíciles. Todo el mundo andaba deprimido, había mucha paranoia y mucha ansiedad: que venía un ataque de ántrax, que podían contaminar el agua, que había riesgo de una epidemia de rubeola. Más de una vez me pregunté: ¿Qué diablos hago aquí? Me había venido a Estados Unidos porque esperaba una experiencia de vida interesante y de un día para otro este país cambió".
Hoy, sin embargo, la familia se siente a gusto en ese país. "Al poco tiempo de llegar me invitaron a integrarme a un grupo de mujeres que habla español. Allí conocí a varias buenas amigas y me di cuenta de que tener en común el idioma materno es importante. También, todos los 18 de septiembre organizamos un gran asado para toda la comunidad chilena de Yale. Vienen más de 40 personas, incluyendo alumnos que tuve en Chile y que viven en Boston y Nueva York. De Chile me traigo de todo, negritas, superochos, pisco, y hasta mote con huesillos. Incluso, este año trajimos tejos para jugar rayuela. Viviendo en Chile, nunca había celebrado el 18 con tanta intensidad", cuenta Susana.
Cuando hace el balance, siente que irse a Estados Unidos le ha traído muchas ventajas. Y no sólo profesionales. Asegura sentirse privilegiada por poder criar a sus hijos no sólo como bilingües, sino que biculturales. Espera, no obstante, volver dentro de un tiempo razonable a Chile. "Siempre pensé que nuestra estadía en Estados Unidos duraría entre cinco y diez años. Me gustaría que mis niños vivan su vida adolescente y adulta en Chile. Pero nunca se sabe las sorpresas que trae el destino".
Silvia Borzutzky, directora del programa de Ciencias Políticas de la Universidad de Carnegie Mellon. "Siento que llegué al tope de mi carrera"
Hace más de 20 años que Silvia Borzutzky (59 años) y su marido médico tomaron la decisión de hacer su vida en Estados Unidos. Por eso, a principio de los '80, nueve años después de instalarse allá, adoptaron la nacionalidad estadounidense. "Las opciones estaban muy claras para nosotros. La situación en Chile en esa época no nos gustaba y aquí se nos presentaron a los dos muy buenas oportunidades", explica.
Abogada de la Universidad de Chile, en 1971 Silvia se fue con su marido a Estados Unidos con la idea de perfeccionar su formación allá. Después de pasar un año en Nueva York, partieron a la Universidad de Pittsburgh donde ella entró a hacer un doctorado en Ciencias Políticas. Allí descubrió un mundo que haría suyo para siempre: la Academia. "Desde que me acuerdo, yo quise estudiar Ciencias Políticas, pero en Chile no había muchas oportunidades de hacerlo en los '60. Entonces, cuando tuve la oportunidad de hacerlo aquí fue la realización de mis sueños", comenta esta docente, quien aprovechó esos años de estudiante para criar a sus dos hijos de hoy 36 y 32 años.
Al terminar sus estudios la contrataron en la misma universidad para hacer clases, y trabajar como asistente del director del Centro de Estudios Internacionales. Desde entonces, ha dado clases en materias tan variadas como política exterior, globalización o derechos humanos y hace 15 años decidió dedicarse exclusivamente a la docencia aceptando un cargo de profesora en la Carnegie Mellon University, donde recibió una distinción por su docencia y su "servicio educativo".
Asegura que en todos estos años nunca sintió discriminación por ser extranjera o mujer. Está convencida, además, de que tuvo más posibilidades de desarrollo allá. "Yo nunca probé el mercado chileno, pero me parece que tengo más oportunidades aquí. El mundo académico es mucho más grande; hay mucho más trabajo", dice. Insertarse en la elite universitaria estadounidense, sin embargo, fue todo un desafío. "Es un ambiente muy elitista. Es difícil al principio incorporarse, hacerse reconocer y que valoricen el trabajo que estás haciendo. Por ejemplo, es bien importante publicar en revistas especializadas, pero te demoras un buen tiempo en lograrlo, porque la tendencia es a publicar cosas de gente con renombre. Al principio yo me sentía decepcionada y frustrada; sentía que no lograba que mis pensamientos fueran reconocidos y aceptados por la comunidad intelectual".
Lejos están esos tiempos. Silvia cuenta hoy con numerosas publicaciones en revistas prestigiadas, además de varios libros sobre Chile. Para el futuro, planea seguir con lo que está haciendo, porque lo disfruta mucho. "Siento que llegué al tope de mi carrera", concluye.
Maria Carkovic, directora del Programa de Comercio, Organizaciones y Tecnologías de la Universidad de Brown. "Aquí es más fácil ser una mujer e intelectual"
Tras 26 años en Estados Unidos, la mayoría de éstos en el mundo académico, Maria Carkovic (48 años) dice que su trayectoria le hace mucho sentido. "Mis padres son inicialmente profesores. Para ellos la educación siempre fue altamente valorada. Por lo tanto, nunca tuve dudas de que yo quería llegar lo más alto posible académicamente. Con eso se juntó una curiosidad inmensa por la tierras lejanas, por haber sido nieta de inmigrantes de Croacia y de Grecia", explica con simplicidad esta economista que se caracteriza por su gusto por los viajes.
Fueron éstos, de hecho, los que determinaron su vida. Mientras estudiaba Economía en la Universidad Católica, Maria pasó todos su veranos recorriendo América Latina con una amiga, y una vez titulada, se volvió a embarcar en un avión. Esta vez hacia el Viejo Continente. "Me fui primero a Europa, con un poco de ahorros y deseos de aprender inglés y trabajar. Quería ver el mundo", cuenta. Lo que no sabía entonces es que nunca más regresaría a vivir a Chile. Un año después de emprender su viaje recibió una oferta laboral que no pudo rechazar. "Me llegó la oportunidad de trabajar como asistente del director de Chile en el Fondo Monetario Internacional (FMI). Tenía 21 años y me fui a Washington".
Fue entonces que Maria entró por primera vez al mundo académico, como alumna. Dos años después de llegar a la capital de Estados Unidos se dio cuenta de que le faltaban conocimientos en Economía. Postuló y quedó en un doctorado de Economía en UCLA. Esa experiencia, dice, facilitó su integración en el país. "Son años súper intensos de actividad intelectual. Y hay un mundo listo de amistades, porque la gente con que estás todo el día es de tu edad y tiene un interés común", dice. Agrega además que siempre la han motivado los desafíos: "Para mí la aventura es parte de la vida y siempre me gustó ver lo distinto, ya sea en Madrid, Londres, Washington o Los Ángeles".
En UCLA, Maria conoció a su marido, un norteamericano, y con eso se cerraron las posibilidades de regresar. Al terminar su doctorado volvió al FMI y se desempeñó ahí 12 años hasta buscar opciones más flexibles para poder criar a sus dos niños, de hoy 15 y 12 años. Fue entonces, que volvió al mundo académico. Esta vez como docente. Enseñó en la Universidad de Virginia y luego en la de Minnesota. Hace un año, se cambió a Brown. En la Academia, se le abrió un mundo de oportunidades. "Me di cuenta cuán distinta es la educación acá y cuán creativa. Hay muchas posibilidades de hacer cosas y no sólo de absorber conocimiento. Uno puede crear y desarrollar proyectos. El programa que dirijo tiene un año no más y ya me fascina ver que tenemos un mundo hacia adelante, y que podemos ampliarlo, idear, crear", dice con entusiasmo. Maria cree también que en Estados Unidos le fue quizás más fácil desarrollarse profesionalmente de lo que habría sido en Chile. "Mi perspectiva es que aquí es mucho más fácil ser mujer que en Chile, cuando te interesa un trabajo intelectual. Chile es una sociedad muy machista. Mi marido es un partner al 100% , me apoya todo el tiempo cuando viajo y se hace cargo del hogar. Ese tipo de cosas no sé si se dan tanto en Chile".
Daniela Mohor W., El Mercurio
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