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Las pastillas del abuelo

A diez años de su muerte, un documental se mete en la cabeza del principal teórico del lsd y gurú de la contracultura. Treinta años antes de morir fue "el hombre vivo más peligroso": el viboreante Richard Nixon lo declaró enemigo número uno de un imperio con muchos enemigos. Timothy Leary se ajustó la túnica que a veces lo dejaba con el culo al aire y se asumió como el Merlín de una época marcada por la caza de brujas: "Nuestro objetivo es transformar la sociedad americana. En los próximos 5 ó 10 años esperamos que entre 20 y 30 millones de estadounidenses usen LSD en su desarrollo espiritual y en su conocimiento psicológico". ¡Alucinante!

A diez años de su muerte mediatizada (en 1996 transmitió la agonía online, precursor del "minuto a minuto" asesino: "Pulso = 0, presión sanguínea = 0..."), un documental se mete en la cabeza del teórico máximo del LSD y padre de la contracultura. Timothy Leary, el hombre que encendió América (se estrena el lunes a las 0.15, por I.Sat) sigue la línea del histórico docu Grass: si la marihuana pudo ser un probable "opio de los pueblos", el ácido fue la "perdición de América" según moralizante publicidad retro con padres de familia enloquecidos.

En los '60, mientras una pequeña multitud joven estadounidense iniciaba un viaje donde lo más importante no era el destino sino el viaje, Leary dejó atrás su reputación como psicólogo en Harvard y experimentó con sustancias alterantes de la conciencia. Las drogas psicodélicas provocaron que 9 de cada 10 de sus estudiantes vivieran una "revelación mística" que los llevaría desde los claustros hasta Woodstock, el hippismo y la new age, con el soundtrack de los Grateful Dead. ¡Un flash! El telegrama de despido logró que Leary cambiara el traje por la túnica y, como gurú de Lennon y Hendrix, sólo pudo ser enemigo de las corbatas de todo el mundo. "Venenoso y malvado", lo llamaron los guardianes de la moral pública. El, de viaje...

Después de dos breves excursiones a la cárcel y un exilio en el Afganistán pretalibán, Leary se permitió algunas de sus pocas traiciones: colaboró con el FBI (!) y se hizo habitué de talk-shows, en versión yanqui y psicodélica de cualquiera de los "mediáticos" que acá pueblan las tardecitas televisivas. ¿Livin' la vida loca? Para Leary, el reconocimiento final de uno de sus detractores: "Fue «4la figura de la Gran Novela que todavía no se escribió sobre Estados Unidos en los '60".

Nicolás Artusi.

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