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Bush, una víctima de su propia certidumbre

Según Bob Woodward, el gobierno de Bush trata de pintarle a la ciudadanía un cuadro optimista de la guerra en Irak, mientras que su propio trabajo de inteligencia indica una cantidad creciente de ataques contra las fuerzas de EE.UU. y un espiral de creciente violencia. El mandatario es descrito como un líder sin curiosidad intelectual y poco propenso a repensar sus decisiones sobre la guerra.

En el nuevo libro de Bob Woodward, "State of denial" ("Estado de negación"), el Presidente George Bush aparece como un líder pasivo, impaciente e intelectualmente sin curiosidad, que preside un gabinete de guerra bastante disfuncional y es propenso a una certidumbre casi religiosa que lo hace poco inclinado a repensar o reevaluar decisiones sobre la guerra.

Es un retrato en contraste con aquel elogioso que Woodward trazó en "Bush at war", su libro de 2002, el cual lo describía como un líder sensato, firme, afortunado poseedor de la "cosa visionaria" de la que su padre fue acusado de carecer y totalmente al control de la nave del Estado.

Woodward ahora ve a Bush como un Presidente que vive en un estado de negación intencional sobre la situación cada vez peor en Irak. Woodward hace un retrato igualmente severísimo del secretario de Defensa Donald H. Rumsfeld, quien surge como belicoso, adicto al control y reticente a asumir la responsabilidad por los fracasos de su departamento.

Reticencia al cambio

Woodward informa que, después de las elecciones de 2004, Andrew H. Card Jr., en ese entonces jefe de Gabinete de la Casa Blanca, presionó para que se destituyera a Rumsfeld y recomendó al ex secretario de Estado James A. Baker III como reemplazo. El Vicepresidente Dick Cheney, no obstante, convenció a Bush de que mantuviera a Rumsfeld, viejo amigo de Cheney, sosteniendo que cualquier cambio se podría percibir como una expresión de duda y vacilación sobre la guerra.

Como expresó Woodward, éste es un gobierno en el que virtualmente nadie dirá la verdad al poder, un gobierno en el cual el proceso tradicional de hacer política que involucra análisis metódicos y debates es habitualmente subvertido.

El autor manifiesta que el manejo de la guerra por el gobierno es improvisado, y que éste continuamente trata de pintarle a la ciudadanía un cuadro optimista de la guerra en Irak (mientras acusa a la prensa de acentuar lo negativo), al mismo tiempo que su propio trabajo de inteligencia estaba indicando una cantidad creciente de ataques contra las fuerzas de EE.UU. y un espiral de violencia.

Muy poco de este cuadro es nuevo, por supuesto. Por ejemplo, la descripción que el autor hace de Bush como un prisionero de su propia certidumbre tiene una seria deuda con un artículo de 2004 de "The New York Times Magazine".

Sin embargo, si bien gran parte de "State of denial" simplemente ratifica el compendio más amplio del mal manejo de la guerra por el gobierno que han hecho otros reporteros, Woodward engrosa esa narrativa con nuevos detalles decidores.

Escribe, por ejemplo, que el secretario de Estado en la época de Vietnam, Henry A. Kissinger, "tenía una influencia poderosa, y en gran medida invisible, sobre la política exterior del gobierno de Bush", instando al Presidente y al Vicepresidente Cheney a que no se retiren.

Considerando que el autor ha tendido en el pasado a rara vez hacer pausas para analizar o estimar el copioso material que ha recopilado, en este libro es un agente más activo; quizás en una especie de tardío mea culpa por sus positivas descripciones anteriores del gobierno. En especial, se inserta él mismo en entrevistas con Rumsfeld, claramente molesto, incluso sorprendido, por el lenguaje altivo del jefe del Pentágono y reacio a asumir la responsabilidad por los fracasos de su departamento.

Si la guerra en Irak no fuera un conflicto real que ha resultado en 23.175 muertos, heridos y desaparecidos estadounidenses, y más de 56 mil civiles iraquíes muertos, la imagen del gobierno de Bush que surge de este libro podría parecer una farsa.

En la obra aparece el Presidente -quien una vez manifestó: "No tengo la más mínima idea sobre lo que pienso de la política internacional, exterior"-, decidiendo que va a rehacer el Medio Oriente y alterar el curso de la política exterior de EE.UU. Está su padre, reticente a ofrecer sus opiniones a su hijo porque cree en el principio de "dejarlo que sea él mismo".

Muchas de las personas en este libro parecen no sólo desanimadas sino también confundidas por algunas decisiones de Bush. El autor menciona al ex subsecretario de Estado, Richard Armitage, quien habría manifestado al ex secretario de Estado, Colin Powell, que estaba desconcertado por la reticencia de Bush a realizar ajustes en su manejo de la guerra.

"¿Él ha analizado esto? pregunta Armitage. "El Presidente dice que 'tenemos que presionar en honor de la memoria de aquellos que han caído'. Otra forma de decir eso es que debemos tener más caídos para honrar la memoria de aquellos que ya han caído", le responde Powell.

Michiko Kakutani, The New York Times

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